jueves, marzo 10, 2016

Tercer libro 2016: "Un filo de luz", de Andrea Camilleri.

Cuidado que me fastidia comenzar un libro y darme cuenta al cabo de unas páginas que ya lo había leído. Pues me ha fastidiado más conocer la historia según iba leyendo pese a saber que no la había leído, hasta que caí en la cuenta de que lo que pasaba es que había visto el capítulo de la serie del comisario Montalbano que se relata en la novela.
El libro de Camilleri comienza con un sueño del comisario que al principio parece muy real pero que se va tornando bastante surrealista hasta que el policía se despierta, aunque va resultando algo premonitorio de muchos aspectos del relato.
Pese a que los libros dedicados a este Comisario son ya muchos y Camilleri tenía ya 87 años cuando lo escribió (ahora tiene ya 90) sus personajes no han perdido frescura. 
Como en otros libros de la saga, Montalbano no se ocupa de un solo caso sino de varios a la vez. Al principio un empresario local llamado Salvatore di Marta denuncia que su mujer, Loredana, mucho más joven que él, ha sido objeto de un atraco y le han quitado el dinero de la recaudación. Los policías tienen dudas desde el principio y más cuando se dan cuenta de que también parece haber habido agresión sexual, lo que complica la trama con un antiguo amigo de Loredana y la posible implicación de la Mafia, que como sospecha omnipresente, pero no demasiado implicada, se deja sentir como casi en todas las novelas de Camilleri.
Paralelamente, un tal Gaspare Intelisano acude a la comisaría a denunciar que le habían colocado una puerta a una casa que tiene en el campo y sospecha que pueda haber algún tipo de negocio "non sancto" que pueda utilizar su propiedad como improvisado almacén. En las pesquisas aparecen unos árboles como decapitados por un arma potente, un bazuca o así, lo que hace intervenir a la brigada antiterrorista, con lo poquito que le gustan a Montalbano los conflictos de competencias y lo que le divierte seguir investigando los asuntos que le prohíben. Entre medias unos inmigrantes que desaparecen y que lejos de ser los agricultores que dicen ser parecen estar implicados en otros negocios.
Y junto a todo ello, nuestro comisario que se nos enamora de María, la propietaria de una galería de arte que bebe los vientos por Montalbano y pone en serio riesgo su tradicional relación a distancia con Livia, que está la pobre llorando por los rincones y no porque sepa que su novio le pone los cuernos sino porque tiene una especie de depresión y la sensación de que algo grave está ocurriendo o va a ocurrir y que al final deja un regusto de tristeza en la novela.
Con el telón de fondo de los inmigrantes que buscan refugio en Sicilia, los problemas de amores del comisario y la resolución de los casos que se le plantean, siempre de forma poco ortodoxa y a veces, como nuestro tomellosero Plinio, a base de pálpitos, vamos avanzando en la trama con esa sensación de familiaridad con el paisaje y las gentes que siempre dejan las obras de Camilleri.
Nos reímos con las situaciones graciosas que provocan los problemas del guardia Catarella para decir bien algún nombre o apellido, casi olemos las delicias que Adeli deja a Montalbano en el horno para la cena (siempre y cuando no esté Livia, ya que no se soportan) y casi podemos degustar las delicias que Montalbano y su buen apetito degustan en la trattoría de Enzo o relajarnos en el diario paseo hasta la roca plana para bajar la comida sintiendo la brisa del mar en la cara. Nunca me canso de las novelas de Camilleri.

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