jueves, mayo 21, 2015

Decimoquinto libro 2015: "El Qujote Apócrifo" de Alonso Fernández de Avellaneda.

Este año, aparte de plurielectoral, es año de fastos y aniversarios en relación a Teresa de Ahumada y a Cervantes y por aquello de acordarme de la segunda parte del Quijote, acordéme también que el año pasado, con más pena que gloria, se cumplieron igualmente los cuatrocientos años de existencia de otro Quijote, que pretendía ser el mismo y dar continuidad a la primera parte que escribió Cervantes y adelantarse a la segunda. Me refiero, claro está, al Quijote de Avellaneda y que comienza, siguiendo la numeración cervantina, como "Quinta Parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y de su Andantesca Caballería".
No me lo había leído y me metí en él sin prejuicios porque una obra de cuatrocientos años, aunque no fuera escrita por Cervantes, merece la pena que se le dedique un tiempo para sumergirse en ella y ver qué cuenta y cómo.
No obstante la alegada mención a mi carencia de prejuicios, resulta bastante complicado leerlo sin compararlo con el otro Quijote, con el que, pese a ser tan ficticio como éste, consideramos el auténtico, el de verdad, como si se hubiera paseado por nuestras calles.
Teniendo en cuenta la época en que fue escrita y el monumento al que pretende dar continuidad, he de decir que no está mal y que no dejan de ser unas supuestas andanzas de nuestro caballero manchego pero sin que en ningún momento podamos leer sin acordarnos de don Alonso y echarlo mucho de menos.
La obra está muy bien escrita y el lenguaje parece incluso más moderno que el utilizado en la obra de Cervantes aunque abusa de las enumeraciones y de los párrafos largos. 
El libro comienza también en un lugar de La Mancha, al que, a diferencia de Cervantes, Avellaneda sí  da nombre. La obra principia en un lugar al que el autor denomina Argamesilla de La Mancha y que muchos comentaristas ubican en Argamasilla de Alba, si bien varias veces en el relato se lo sitúa junto a El Toboso, cosa que no es cierta ya que hay más de cincuenta kilómetros, que para la época no era cosa de ser localidades vecinas.
Don Quijote había sido sometido a una cura de su locura a base de privarle de la lectura de libros de caballería y obligarle a la de vidas de santos y otros libros espirituales y someterle a una férrea vigilancia para que no volviera a las andadas.
Pero, mira por dónde, aparecen por el pueblo y reciben como huéspedes en la casa a unos señores que van de camino a Zaragoza para participar en unas justas, lo que despierta otra vez el espíritu aventurero (o la locura) del que este libro recibe por nombre Martín Quijada y por alias Caballero Desamorado, porque como Dulcinea le rechazó adoptó ese sobrenombre a la vez que renegaba de amores.
Aparentemente la obra sigue la trama de la primera parte de la cervantina y son continuas las referencias a la misma como si siguiera el libro y parece que trata de relatar nuevas andanzas, pero ahí acaba el parecido ya que el carácter y la forma de actuar de los personajes es muy diferente. Además la trama no la dirige don Quijote sino que lo llevan y lo traen al pobre riéndose todo el rato tanto de él como de Sancho.
Este don Quijote no es un loco cuerdo ni un cuerdo que hace locuras sino una persona totalmente enajenada, no sabría decir exactamente con que enfermedad mental, que no se aparta de esa locura casi en ningún momento. 
Las visiones que tiene a cada rato son producto exclusivo de su fantasía pero las más de las veces inducidas por las personas que le rodean y que tratan de pasar el rato a su costa. Así, vemos que hay quien se pinta la cara de negro para hacerse pasar por una persona de otra raza, que cogen un gigante de los que salen en las ferias de los pueblos para hacerle creer que está ante un gigante de verdad. Don Quijote no ve gigantes donde hay molinos sino que le muestran gigantes de pega para que vea gigantes y él crea que son gigantes auténticos y se sumerja en una historia acorde con la realidad que le están presentando, dando espadazos a diestro y siniestro y hablando sin parar en párrafos de página y media que a duras penas se entienden.
A Sancho también le cambia la forma de ser, así como la manera de relacionarse con don Quijote al que no respeta tanto como el original. Aquí el escudero es avariento, zafio, mucho más tragón que el Cervantino, con mala idea y mucho peor persona. Además que a fuerza de meterlo en las historias de su amo hay ciertos pasajes en los que asume parte de esa locura y desvaría tanto como él.
Nadie parece bueno en este Quijote. Casi todas las personas con las que el caballero y su escudero van teniendo contacto son mala gente. Nadie parece tener piedad del loco de don Quijote, todos aprovechan el encuentro para reírse de él y organizar alguna cosa para que la locura del caballero se manifieste a las claras y puedan pasar el rato. Me da mucha pena la evolución del personaje al que poco a poco van llevando a un irreversible final de loco de aquella época hasta que acaba en el manicomio de Toledo. Muchos de los personajes del libro son nobles pero no demuestran nobleza alguna de carácter.
En cuanto al propio don Quijote, está tan metido en su locura que nos resulta un poco extraño aunque no tanto por su enajenación como porque no se comporta con la caballerosidad y nobleza de espíritu que el original. Es agresivo con mucha gente, busca pelea sin finalidad heroica. Respecto de las mujeres, está desengañado y no tiene el mismo respetuoso comportamiento que el de Cervantes. En realidad, ninguno de los hombres del libro tiene buen comportamiento con las poquísimas mujeres que se pasean por sus páginas. La que más aparece es fea, tiene la profesión más antigua del mundo y ninguna intención de dejarla y se dedica a perseguir a Sancho, el cual es de la opinión que "las mujeres de hogaño son diablos, y en no dándoles en el caletre, no harán cosa buena si las queman" y lo dice quitándose el cinto añadiendo que él sabía de la suerte que se había de tratar su mujer.
En otro orden de cosas se lee bastante bien salvo cuando don Quijote inicia uno de sus discursos de loco que duran dos páginas en las que encontramos muchos nombres clásicos, muchos personajes inventados y ninguna cordura.
Tampoco resultan cómodas algunas historias que se intercalan, como en el de Cervantes, pero con mucha menos gracia. Se cuentas un par de historias que se supone que alguien cuenta en una siesta o en una tertulia pero que por la duración de la historia durarían bastante más. Nadie interrumpe, nadie interviene y la historia parece incrustada a la fuerza en el texto principal sin venir a cuento.
En conclusión, que este libro tiene muchas cosas buenas y si Cervantes no hubiera continuado su historia tal vez habría "colado" como continuación, igual que ahora las películas del 007 tienen cada vez un director y sigue siendo James Bond, pero que, existiendo el de Cervantes, resulta demasiado pobre el personaje de Avellaneda. Pues eso, que donde se ponga "el nuestro"...

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