viernes, junio 19, 2020

"Con el agua al cuello", de Donna Leon. El 22º libro del 2020.

No me puedo resistir cuando Donna Leon publica un nuevo Brunetti pero la verdad es que el comisario me resulta ya bastante descafeinado y sus andanzas me llevan casi al aburrimiento. Ni siquiera consigue que me retrotraiga a los días que pasé en Venecia. No se si el personaje está agotado o es que la autora ya se repite.
En este "Con el agua al cuello", Donna vuelve a tocar el tema de la contaminación y la corrupción que conlleva todo lo relacionado con ello, a la vez que sigue criticando la carga turística de la ciudad de los canales. Que casi le soluciona el problema el coronavirus e igual tenía que escribir otra novela con Guido en la pandemia contento de no ver turistas atestar las calles y canales de Venecia, lo que dicho de paso ha debido ser alucinante, si no fuera por lo que ha sido.
El comisario protagonista de la saga recibe una llamada para acudir a entrevistarse con Benedetta Toso, paciente de una clínica que sólo atiende enfermos terminales que no pueden pagar una atención privada en sus últimos días de vida. Ello significa, pues, que a la joven le queda poco tiempo.
Benedetta padece un cáncer muy avanzado que la tiene postrada en cama y cuando Brunetti y la comisario Griffoni acuden al hospital apenas puede hablar, si bien entre las palabras que pronuncia parece poner en duda que su marido muriera debido al accidente de tráfico que le sacó de la carretera. El "ellos lo mataron" y la mención a un supuesto dinero sucio intriga a los comisarios, pero cuando tras una somera consulta sobre el accidente Guido y Claudia vuelven al hospital, Benedetta fallece delante de ellos tras mencionar a sus hijas, lo que les genera una especie de obligación moral de averiguar si hay algo de cierto en las sospechas de la moribunda.
Paralelamente, la comisaría de Brunetti no parece tener otra preocupación más importante que conseguir que dos mujeres romaníes, que se dedican a robar carteras en la ciudad, desaparezcan de la misma durante el tiempo en que la ciudadanía y las empresas turísticas olvidan un artículo que elogia la seguridad de las calles de Venecia. Vamos que a quien preocupa es al jefe de Guido, el vicequestore Patta, siempre interesado en su imagen pública, y quien está empeñado en endosar el problema a la cercana localidad de Treviso mediante el subterfugio de mantener que el primero de los múltiples delitos que cometieron lo fue en esa ciudad para lograr que la competencia en el asunto salga de Venecia, por lo menos unos días.
Una vez encarrilado el asunto de las romaníes, Brunetti y Griffoni, con la impagable colaboración de la signorina Elettra, intentan averiguar qué paso al marido de Benedetta, Vittorio Fadalto, comenzando por el accidente de moto y centrando luego la investigación en Spattuto Acqua, la empresa privada encargada del control de la potabilidad del agua para la que trabajaba Vittorio y, sobre todo, en el laboratorio que procesa las muestras de agua recogidas en los diferentes controles de la canalización de las aguas.
La investigación no es una cosa del otro mundo pero van atando cabos y confirmando sospechas hasta dar con la corruptela que intentó encubrir el falso accidente de moto del empleado de aguas y descubrir al culpable. Nada nuevo y vuelta de tuerca a lo de siempre. Corrupción, sobornos, juego sucio y dinero más sucio aún para callar bocas y ganar voluntades. Y, en medio, un hombre con necesidades económicas por la enfermedad de su mujer. Una pena.
No es de los libros más entretenidos de Donna Leon y me sigue fastidiando el poco protagonismo que tiene ya la mujer de Brunetti, que es el personaje que siempre me había resultado más atractivo. Junto a la ciudad de Venecia, claro.

domingo, junio 07, 2020

"La dependienta", de Sayaka Murata. 21º del 2020.

Un libro muy corto que se puso de moda hace un tiempo y no quise leer entonces por llevar la contraria y al volverlo a encontrar me puse con él. Me ha sorprendido muy gratamente. Si al final no me va a disgustar tanto la literatura japonesa.
Keiko Furukura era rara ya de pequeña. Demasiado literal en la comprensión del lenguaje, poco empática, incomprendida e inadaptada pero muy inteligente. Cuando comienza la universidad empieza a trabajar por horas en una konbini, una especie de tienda de alimentación abierta las 24 horas, donde encaja tan bien y se encuentra tan cómoda que a los 36 años sigue trabajando en ella sin buscar un trabajo a tiempo completo.
Toda su vida gira en torno a la tienda y, para justificar su permanencia en ella por horas, utiliza la excusa de una supuesta enfermedad que no le permite trabajar en un empleo fijo. 
La tienda no parece contratar nunca a trabajadores permanentes pues, pese a la cantidad de años que Keiko trabaja en ella, no le han ofrecido esa posibilidad, y nuestra protagonista ha visto pasar a muchos universitarios y mujeres que buscan un complemento a la economía familiar mientras ella sigue con el mismo sistema.
Keiko es feliz a su manera, se considera realizada como dependienta, de forma que considera su trabajo más como una esencia que como una ocupación. Siente que "es" dependienta. Pero todo el mundo a su alrededor la presiona para que explique por qué no busca algo mejor y, sobre todo, por qué no tiene pareja y sigue soltera a su edad.
A ella le da lo mismo y no cambiaría la tienda por otro trabajo. Allí sabe lo que se espera de ella a cada momento y no tiene que pensar ni responsabilizarse de otra cosa que el trabajo diario de colocar los productos, atender a los clientes, cobrar y estar pendiente de que todo se desarrolle como debe hacerse según las directrices de los diferentes jefes que ha tenido a lo largo del tiempo. No necesita pensar mucho e incluso copia frases de compañeras en sus propios diálogos para intentar así acertar en sus opiniones y el tono de su voz imita a veces a quienes considera que hablan bien y son aceptadas por los demás.
Keiko no necesita mejorar en su trabajo, no quiere cambiar ni necesita para nada un hombre a su lado, pero la presión de un grupo de mujeres, con las que se reúne a veces con idea de socializar, la obliga a intentar buscar una vida distinta para ser aceptada y encajar en la idea de mujer que tienen los demás. Así que aprovecha que un compañero nuevo de la tienda, aparentemente más inadaptado que ella, es expulsado por incompetente, para generar la falsa apariencia de vida en pareja e intentar que la dejen en paz cuando consideren que ya "se ha adaptado" o "curado" porque tanto sus padres al principio como su propia hermana consideran que hay algo raro en Keiko que puede solucionarse, que puede curarse. 
Keiko ofrece a Shiraha, el hombre que conoce en el konbini, irse a vivir a su casa. 
Él, más perro que una manta y aparente defensor de la idea de que no hemos cambiado desde la Edad de Piedra y que siempre se ha venido exigiendo que hombres y mujeres deben comportarse de una determinada manera, no ha sabido tampoco adaptarse a lo que le exige el rol masculino. No tiene empleo ni ganas ni intención de trabajar, ni de ayudar a Keiko, sólo refugiarse en su casa para no pagar sus deudas y que sea ella quien se ocupe de llevar dinero a casa mientras él se dedica a entretenerse con el móvil y la tablet en la bañera del cuarto de baño.
Keiko no eligió bien al hombre que debía dar cobertura a su "normalidad" y hacer evidente su "curación" y adaptación al concepto tradicional de mujer japonesa, aunque intenta seguir lo que se espera de ella, pero no solo no se le soluciona el problema sino que le complica la vida.
Es un libro muy corto y refleja los problemas de las personas para adaptarse a rol que por su sexo o condición se espera de ellas, con independencia de lo que les guste o les haga feliz. En alguna ocasión seguro que hemos experimentado esa presión, sobre todo las solteras de una edad, je, je. En Japón la cosa debe ser más habitual porque ya he visto el asunto en varias novelas, pero tampoco por aquí somos ajenos a esos condicionantes.
Si eres varón, tienes que trabajar, ganarte el pan, triunfar, tener pareja, hijos... Si eres mujer, a cierta edad o tienes un trabajo importante o exigente que justifique el hecho de no tener pareja o tienes que tenerla sí o sí. Menos mal que si sigues cumpliendo años se considera que ya el arroz se te pasó y dejan de preguntarte. O eso espero, por lo menos.
El libro ha respondido a mis expectativas. Es interesante.

"Boulder", de Eva Baltasar. Y ya van 20 libros este 2020.

Cuando me llegó el libro pensé que el "Boulder" del título era un apellido de alguno de los personajes de la novela pero parece ser que se trata de una piedra de gran tamaño (como la fotografía de la portada), "una de esas grandes rocas solitarias, aisladas, expuestas a todo, que hay en el sur de la Patagonia, pedazos de mundo que sobraron después de la creación. Nadie saben de dónde provienen. Ni ellas entienden por qué siguen allí, por qué no se desgastan", según se describe en el libro, y que es como llama a la protagonista su pareja, describiendo perfectamente lo que acabará siendo ella en su relación amorosa, su resistencia al desgaste, su firmeza, su aguante en la relación, incluso cuando ya la sabe agotada.
La mujer que nos guía por el relato de su vida es diferente al estereotipo de mujer que se nos venga a la cabeza, y no principalmente por gustarle las mujeres, sino por su forma de desenvolverse en el mundo, sobre todo al principio. Es libre, independiente, no quiere ni someterse a los convencionalismos de trabajo, familia y relaciones...
Es de Barcelona pero se encuentra en el embarcadero de Quellón en la provincia chilena de Chiloé. No sabemos qué le ocurrió para que se encontrara allí enfrentada al vacío "buscando el cero primigenio", "cansada de inventar currículums, de tener que decir y hacer como si la vida fuese un relato", pero tampoco eso importa mucho para entender la historia que nos cuenta, aunque sí diga mucho de la forma de ser de la protagonista.
El caso es que decide embarcarse como cocinera en un barco mercante en el que parece haber encontrado una especie de felicidad, de equilibrio, sin ataduras, ni siquiera un salario que le genere obligaciones. Pero, en uno de los puertos que desembarca conoce a Samsa (sí, como el protagonista de "La Metamorfosis", de Kafka) y su mundo da un vuelco. Se enamora perdidamente de ella y la sigue hasta Islandia, dejando atrás toda su buscada independencia, para atarse a la mujer que quiere, asumiendo como propio el mundo de ella: trabajo, casa, búsqueda de una estabilidad de la que había estado huyendo... Pero parece feliz, abre un food track y ahoga sus deseos de libertad bebiendo en la taberna con el único amigo que parece tener.
Todo va aparentemente bien hasta que Samsa decide tener un hijo y la vida de la pareja comienza a hacer aguas. Nuestra protagonista no había deseado nunca un hijo y hacer lo que Samsa desea va destrozándola poco a poco. Samsa la va desplazando, la aparta de su recién creado mundo y la hace sufrir, a la vez que le genera sensación de culpabilidad. Aunque la idea que nos hacemos no acabe de responder a la situación real porque no es solo el enfrentamiento con una maternidad no querida que no acaba de asumir.
La verdad que el libro me ha gustado mucho. Había leído una crítica que no hablaba nada más que la forma de tratar el sexo por la autora y me había hecho una idea de la novela que no responde a la realidad. La manera de escribir de la autora me encanta. Es como poesía en prosa. Frases cortas, rotundas, muy descriptivas con poquísimas palabras... No me suele gustar la poesía pero me ha parecido poético en algunos párrafos. Y, como la poesía, concentra en pocas páginas, poco más de cien, casi todo el ciclo vital de adulta de la protagonista sin que echemos nada de menos de lo que no nos cuenta.
Pues eso, que me ha gustado y no lo esperaba, así que me ha sorprendido gratamente.

lunes, junio 01, 2020

"Territorio de luz", de Yuko Tsushima. 19/2020.

Hay que reconocer que los libros de la editorial Impedimenta son preciosos. Y si además me llegan en la caja de Bookish con todo su bloque de complementos (marcalibros, ilustraciones...) y ¡unas galletitas de la fortuna!, pues casi me reconcilio con la literatura japonesa, que se me atraganta con demasiada frecuencia. Y encima el libro sale hoy a la venta y yo ya me lo he leído.
Ahora bien, mientras lo leía tenía una doble sensación que me impedía disfrutar enteramente de él. Por un lado, el libro no está mal pero a la vez tenía todo el rato las ganas de sacudir a la protagonista a ver si espabilaba o para que buscara ayuda, hasta que me di cuenta de la fecha de publicación de la obra original. 
Y es que, no sé en Japón, pero en España desde 1978 se han experimentado tantos cambios en la vida de las mujeres, y en la vida en general, tantos como para que la actitud de la mujer del libro me resultara casi extraña hasta que fui consciente de cuándo tenían lugar los hechos. Una vez revisada la primera impresión a la luz de la época, comencé a entender a la protagonista y, en general, la obra.
La protagonista, de la que no conocemos su nombre de pila, sólo su apellido de casada, Fujino, ha sido abandonada por su marido. El señor Fujino ha tenido a bien encontrar otra mujer más joven y decide acabar con su matrimonio o por lo menos con la convivencia con su esposa.
Ella, no acaba de darse cuenta del abandono y eso que el marido está tan dispuesto a que se vaya que la lleva de inmobiliaria en inmobiliaria para alquilar una nueva casa donde vivir, pretendiendo incluso ser él quien elija cómo debe ser y cuánto se debe gastar en el alquiler, pese a que es ella la que tiene ingresos fijos como bibliotecaria y él, que estudió cine pero no ha rodado ni un metro de película, no tiene trabajo ni ingresos, ni muchas expectativas ni ganas de matarse a trabajar. Eso sí, lo reconoce y por eso determina que la hija del matrimonio se quede con su madre, si bien no queda claro cómo desea ejercer su responsabilidad paternal, ni si como parece quiere incluso habitación en la nueva casa y acceso libre para ver a su hija, ya si eso. De yenes, nanai de la China, aunque sea japonés.
Tanto buscar casa, que cuando la protagonista ve que el marido ya le está buscando una que no va a poder pagar, es ella la que encuentra un apartamento en un tercer piso de un edificio que por curiosa coincidencia tiene el mismo nombre que el apellido de su marido. El apartamento debía ser como mi piso de Villafranca, con más ventanas que paredes y con tanta luz que es lo que más llama la atención de la señora Fujino cuando se muda allí con su hija.
Acompañamos a la pequeña y a su madre durante el primer año de la separación (todavía no se ha divorciado e incluso piensa que su marido puede volver). La madre no está acostumbrada a criar a la niña sola y arrastra un cansancio y una depresión de la que no parece consciente que la lleva a gritarle a la niña, a llegar tarde a la guardería y a trabajar, a beber alcohol y a no saber qué hacer con su vida la mayor parte del tiempo.
Cuenta con la ayuda de su madre, pero no quiere abusar porque no quiere volver a vivir con ella, ni renunciar a su independencia, pero tampoco sabe todavía cómo desenvolverse sola con una niña, cómo poder con todo lo que se le ha venido encima por el abandono de su marido. Gritos a la niña, que está blanda hasta lo indecible y es cabezona hasta resultar a ratos insoportable; protestas de los vecinos por cualquier cosa, quejas de la guardería, exigencias del marido cuando aparece, incluso maltrato y ella... en plan japonesita, reverencia va, reverencia viene, sin saber por dónde tirar hasta que poco a poco va ganando terreno a su incapacidad y sobreponiéndose a los problemas y a la dependencia emocional que todavía tiene respecto a su marido.
Y la luz omnipresente en el libro, en el piso, en los jardines, en las vistas... como un contrapunto a la oscuridad de la vida de la protagonista.
Una vez que fui consciente de la época en que se escribió el libro cambió mi percepción de la protagonista y de la historia y comprendí lo que pretende reflejar y la forma tan realista que plasma los problemas de una maternidad en exclusiva en una situación psicológica precaria y con una niña un poquito borde que exige más de lo que en ese momento su madre puede darle. No está mal. Para meditar.
Por cierto, que el mensaje de la galletita de la suerte decía: "un beso no es un beso si no se pone el corazón". Mal mensaje para los tiempos del distanciamiento social.

"La hora de los hipócritas", de Petros Márkaris. El 18º de este infausto año.

No esperaba un Márkaris en mitad de la pandemia pero lo hubo.
No es lo mejor que he leído de este autor griego y ya sabemos que Jaritos no es ya el que era. Kostas ya entró por el aro en novelas anteriores y está plenamente dentro del sistema totalmente adaptado al mismo y tirando hacia arriba en su carrera. Se codea con ministros y policías extranjeros y sigue buscando un ascenso como si le quedaran muchos años en la policía pese a que, si tenemos en cuenta la edad que tenía en su primeros libros y el tiempo en que se desarrollaban las tramas, el comisario debería estar jubilado hace años. Pero Márkaris es Márkaris y el libro resulta entretenido y crítico con la sociedad en la que vive; que sé más de Grecia por sus libros que por las noticias, que parece que se han olvidado de ese país, y, sobre todo, se más del tráfico de Atenas que si me hubiera atrevido a conducir por sus calles (en el caso de que hubiera estado allí, que no es el caso).
Esta vez don Petros la toma contra los hipócritas; bueno, quienes la toman con ellos son los asesinos de la última entrega de Jaritos, un grupo un tanto especial que va matando a personas aparentemente intachables y tenidas en muy buen concepto por la sociedad, mandando comunicados en los que no sólo no explican por qué han asesinado sino que tiran la piedra al tejado de la policía para que sea ella quien averigüe el móvil. Y cuando firman los comunicados lo hacen como "Ejército Nacional de Idiotas".
La primara muerte se produce con la explosión de una bomba que se lleva por delante a un conocido empresario dueño de una de las más importantes cadenas hoteleras de Grecia que además parece un santo de altar ya que tiene una fundación que beca a jóvenes desfavorecidos para que puedan afrontar sus estudios ofreciéndoles después trabajo. Los asesinos realizan su primer comunicado a un medio de comunicación mandando un mensaje ¡manuscrito! y con una caligrafía de colegio.
Nuestro comisario se las da muy felices al principio de la novela ya que ha sido abuelo y está más pendiente de ver a su nieto Lambros que de seguirle el juego a los asesinos. Pero, claro, es su trabajo y se lanza a la investigación que, como siempre con Márkaris, no se parece en nada a CSI. Nada de restos, nada de pistas en la autopsia, nada de psicólogos forenses ni FBIs; todo a fuerza de llamar puerta a puerta, de investigaciones con método tradicional, pistas, interrogatorios... y como mucho alguna consulta en redes sociales. Pero les funciona y los asesinos van felicitando a la sorprendida policía cada vez que realizan un avance.
Cuando han logrado averiguar el móvil del primer asesinato, y descubriendo que no es oro todo lo que reluce con el magnate difunto, tiene lugar otra muerte y vuelta a empezar. Y así hasta que hacia el final del libro dan con la pista definitiva.
Mientras, como siempre con Jaritos, circulamos con el Seat del comisario por los atascos de Atenas, aunque parece que ya le ha cogido el tranquillo y además de vez en cuando usa un coche patrulla para poner la sirena y llegar antes. Y, sobre todo, se nos sigue haciendo la boca agua con la cocina de Adrianí, la esposa de Kostas, que sigue regalando el paladar de su marido (y el nuestro) con sus tomates rellenos para para las grandes ocasiones, y que ahora está encantada con el reciente nacimiento de su nieto y pasa más tiempo en casa de su hija que en la suya.
Que nada, que entretenido, y para evadirse un poco de la asquerosa realidad que nos ha tocado vivir.
¡Larga vida a Márkaris!