lunes, agosto 30, 2021

"Pensadores ¡al rincón!. El eclipse de la filosofía", de Pablo Redondo. 12/2021.

Este "Pensadores ¡al rincón!" me lo ha enviado Masa Crítica en otra de sus promociones a cambio de una reseña, la cual por cierto la publico fuera de plazo (muy fuera de plazo, lo siento) y eso que me lo leí enseguida porque la introducción me gustó mucho y me animó a comenzar, seguir y acabar su lectura. Pero... se han interpuesto las vacaciones; y, entre unas cosas y otras, pues no había publicado nada sobre lo que me pareció el libro.
La introducción cuenta una anécdota de una frase en una red social en la que queriendo criticar la obligatoriedad de la asignatura de Filosofía, una falta de ortografía hace que parece que diga exactamente lo contrario. 
El autor de la queja queriendo escribir "por qué" escribió "porque" cambiando todo el significado de su frase (para quien se diera cuenta de la falta, claro). Escribió: "Pienso porque la filosofía es obligatoria", con lo que en lugar de preguntarse por qué es obligatoria la asignatura de filosofía pasó a considerar el hecho de pensar como una consecuencia del estudio de la filosofía.
Partiendo de esa frase, el autor del libro, Pablo Redondo, profesor precisamente de la asignatura cuestionada, analiza el porqué de la mala prensa de su asignatura entre muchos estudiantes, preguntándose si, como el teatro, la filosofía está siempre en crisis o si se trata de una crisis definitiva que podría suponer su desaparición, su "eclipse", como dice el subtítulo de la obra. Es decir, si se trata de un enfermo con una mala salud de hierro, o sufre una enfermedad terminal.
Pablo Redondo, que focaliza la filosofía desde el punto de vista de la educación, comienza el libro analizando lo que grandes filósofos han dicho a lo largo de la historia sobre la enseñanza de la filosofía o el camino pedagógico y vital que debe seguir una persona para llegar a serlo y sobre todo el libro repite el mismo mantra: que se lee muy poco con la necesaria profundidad que exige el aprendizaje y la meditación filosófica y que el ruido y la velocidad de las redes sociales, con bombardeos constantes de publicidad y noticias, sin permitir apenas pararse en la lectura de casi nada, impide la lectura sosegada y silenciosa que se requiere.
Recorriendo lo dicho por unos pocos filósofos desde Sócrates y Platón a Emilio Lledó, pasando por Abelardo, en el Medievo, Montaigne, Descartes, Hume, Kant, Hegel, Gadamer y Hannah Arendt, comenta lo que estos filósofos (y una filósofa) dijeron o pensaron al respecto, la mayoría de ellos quedándose en la mera teoría, que no parece haber tenido mucho éxito en la práctica, cuando la continuidad de la filosofía en los programas se sigue poniendo en entredicho.
Tras ese recorrido por la Historia el autor comienza a analizar por qué la enseñanza y práctica de la filosofía va perdiendo adeptos. Pablo Redondo parece creer, creo que ingenuamente, que a más personas alfabetizadas debería leerse más y mejor y debería haber más aprecio por el saber filosófico y el pensamiento filosófico en general, cosa que evidentemente no es así, lo que sorprende y frustra al autor. 
Sigue razonando sobre la necesidad de silencio y lectura reposada, sobre el estudio de los clásicos y la necesidad de aprender procesos que generen la posibilidad de teorizar o razonar filosóficamente. Critica las redes sociales y, si bien, en gran medida puede tener razón, sobre todo por la adicción a los móviles y la lectura estilo "picaflor", sin profundizar mucho, yo creo que depende, como siempre, de quién use Internet, cómo se haga y de qué forma se pueda utilizar. La red de redes puede suponer un peligro, pero abre un infinito mundo de posibilidades y permite el acceso a muchísimos libros, estudios y artículos que de otra forma resultarían de uso limitado a los estudiosos de la materia. Y el "picar flores" puede no ser tan malo si al final se consigue un buen "ramo de conocimientos". Y siempre queda la posibilidad de ir guardando publicaciones para leerlas luego despacito y con notas. E incluso con buena música, que tampoco es cuestión de leer siempre en sepulcral silencio. Tampoco con heavy metal de fondo, una cosa media, que no en vano "virtus est medium vitiorum utrimque reductum".
Creo que la supuesta amenaza a la filosofía no viene de Internet, del ruido y de la pérdida de la capacidad de realizar lecturas y estudios reposados. Tal vez quienes tanto se quejan de la pretendida desaparición de la asignatura, deberían darse cuenta de que la perpetuación de métodos que nunca han tenido, confesémoslo, un resultado extraordinario, seguirá llevando a los mismos malos resultados.
Resulta evidente que nunca ha habido un filósofo detrás de cada esquina (al menos uno serio, claro) y la imposición de una asignatura que sigue enumerando filósofos y sus teorías de una forma que casi nunca ha entendido la generalidad del alumnado, y explicando prácticamente lo mismo, no hace nada para pensar que siguiendo por ese camino se van a conseguir resultados distintos.
No se cómo se estudia la filosofía en la Facultad de Filosofía y mis estudios en Derecho se limitan al Iusnaturalismo de primero (donde por cierto saqué matrícula) y a la Filosofía del Derecho de quinto, pero lo que no me cabe la menor duda es que de la mayoría de las personas que estudió conmigo la asignatura en el instituto se quedó in albis en las clases de la materia, incluso aprobándola. Y en mis años de instituto no teníamos teléfonos móviles, tablets, Internet ni redes sociales que nos distrajeran de una lectura sosegada y profunda.
Es cierto que los bandazos educativos y las batallas políticas en educación están causando mucho daño, que muchos jóvenes no entienden lo que leen y que se distraen con lo digital, claro está, más que se pudo distraer Abelardo en su época con cualquier otra cosa, pero ello no debe suponer que no haya futuro para la filosofía porque los jóvenes no van a dejar de pensar y preguntarse, como llevan haciendo desde hace siglos, sobre todo si tienen buenos maestros que les generen esa inquietud, pero seguirá sin haber un filósofo en cada esquina. Y si la enseñanza no permite ese desarrollo intelectual del alumnado que serán las mujeres y los hombres del futuro, no solo no habrá filosofía, sino que no habrá nada. Estarán destinados a ser borregos, a seguir consignas sin cuestionarlas, a comportarse como una masa de pensamiento único y no como individuos pensantes y con criterio propio. 
La filosofía sigue siendo necesaria, como se razona en el libro que reseño, pero tal vez debería cambiar sus métodos en la enseñanza adecuando los mismos a los tiempos en que vivimos, usando en su beneficio Internet, las redes y cualquier método de comunicación que pueda captar adeptos para un mundo de individuos responsables que vivan en una comunidad donde se piense, se tomen decisiones informadas y se respeten las opiniones ajenas. Si no, vamos de pena.

martes, agosto 17, 2021

"Esclavos del deseo", de Donna Leon. El 11/2021.

Sigo sin poder evitar leer cada novela de Brunetti que publica Donna Leon y eso que con los últimos dije que le iba a hacer la cruz, porque ya no son lo que eran y llegan incluso a aburrirme porque ya ni siquiera Venecia aparece como aliciente. Este "Esclavos del deseo" no me ha gustado, por lo que no voy a perder mucho tiempo.

Como siempre, Donna Leon toma la idea de las novelas de su popular detective veneciano de la realidad, alguna noticia, algún suceso sobre un asunto candente puede aparecer en la trama de sus obras. En este caso hay varios temas: tráfico de mujeres, identidad sexual, negocios turbios...

Un trabajador de un hospital que sale a fumar encuentra en las inmediaciones a dos chicas americanas en muy mal estado. No se sabe si han sido objeto de una agresión o de un accidente pero, al revisar la policía la cámara de vigilancia que cubría la zona, queda claro que dos jóvenes las han llevado allí dejándolas en la pasarela junto a la puerta del hospital y marchándose.

La policía localiza a los dos chicos, que son muy amigos, pese a proceder de muy diferente extracción social: uno es un trabajador a las órdenes de un tío bastante déspota y el otro está dando sus primeros pasos como abogado en el despacho de su padre.

Brunetti y Griffoni, su compañera napolitana, visitan a las chicas en el hospital y comienzan la investigación, con el apoyo de la Capitanía del Puerto dándose de bruces con la sordidez del tráfico de mujeres, no por las chicas, que a la larga han sido víctimas de un mero accidente de barca.

Los chicos no parecen muy colaboradores, pero según avanza la investigación Brunetti va ganándose al abogadito y averiguando cosas del tío de su amigo, así como la relación entre los chicos y los problemas que ambos sufren. 

Griffoni a su vez consigue que el jefe de la Capitanía, paisano suyo, les ayude y facilite los medios para resolver el caso y, tras muchas hojas aburridísimas, coger a los culpables. 

El tema podría haber dado de más o por lo menos la trama más entretenida. En descargo de Donna Leon debo decir que me lo leí durante mi viaje a Asturias y el disfrute de la zona de Cabrales me quitaba las ganas de avanzar con el libro. Igual por eso me gustó tan poco. La novela digo, que a Cabrales me iría otra vez con los ojos cerrados.

lunes, agosto 16, 2021

"Hidalgo Abogados y el caso de los molinos eólicos", de Laura Nieves Muñoz Rubio.

Esta reseña lleva la negra. Me costó ponerme con ella, porque al fin y al cabo el libro es de una compañera abogada, a la que no conozco, pero esta medio tocaya y yo compartimos batalla y es su primera novela. La dejé en borrador para darle un repaso y la acabo de borrar sin querer, así que seré breve porque la obra no acabó de convencerme.

El libro es un guiño total al Quijote, en "versión abogao". 

El subtítulo ya da pistas con lo de los molinos, los dos personajes de la portada viajando en sidecar recuerdan a la genial pareja de la obra de Cervantes y el abogado protagonista, que ejerce en una localidad manchega (cuyo nombre no aparece), se llama Alonso y, aunque no es hidalgo, Hidalgo se apellida. Frugal y chapadísimo a la antigua (a la muy antigua), pertenece a la segunda generación de abogados del despacho, situado en la calle Medrano, que fundó su padre (quien, por cierto, se llamaba Miguel), tiene un galgo al que llama Corredor y una super biblioteca en la que pasa las horas del día, y le dan las tantas de la noche, sin acordarse que tiene una esposa en casa a la que encuentra ya dormida cuando llega de trabajar.

El caso es que un día, cuando Alonso está a punto de salir del despacho, recibe la llamada de un cliente nuevo al que han despedido de la empresa en la que trabajaba, "Aspas Renovables, S.A", cuya actividad consiste en la fabricación de aspas para molinos eólicos, en la que se encargaba del control de calidad. El cliente, al que primero habían cambiado de puesto de trabajo para después esgrimir como causa del despido su inadaptación a sus nuevas competencias, considera que ha sido injustamente despedido y que en la empresa hay gato encerrado pensando que le han echado por interesarse por el cambio de ubicación del depósito de las aspas defectuosas.

El abogado comienza ciñéndose a su competencia profesional y piensa (y así se lo dice al cliente) que es un caso claro de despido improcedente y que conseguirá que así lo considere el Juzgado. Aunque no considera relevantes las sospechas del cliente le anima a que lleve como testigo a algún compañero para fundamentar la improcedencia del despido. 

El día del juicio, cuando ya piensan que ni la empresa ni su propio testigo van a comparecer, aparece por los pasillos del juzgado uno de esos abogados de traje a medida, relamidos y pagados de si mismos, que se dignan a veces en bajar a provincias despreciando a los letrados de pueblo (sobre todo si somos de oficio) porque ellos "vienen de Madrid". Parece tener muy claro que les va a dar sopas con onda y que no tienen nada que hacer y, sorprendentemente, la empresa gana el juicio.

En el ínterin, la mujer de nuestro Alonso, aburrida de tener marido ausente, le abandona, lo que hunde al protagonista en una depresión que se agrava al conocer la sentencia desestimatoria de su demanda y, sobre todo, cuando en el homenaje que le rinde su Colegio de Abogados, ve entrar a su mujer del brazo del letrado que representó a la empresa eólica en el juicio.

Saber que su esposa le ha dejado precisamente por el abogado al que más desprecia le lleva a meterse de lleno donde no lo llaman, intentando averiguar qué se cuece en la eólica, luchando, cual Quijote contra molinos de viento, contra algo que le viene grande. Anima al cliente a interponer recurso de suplicación, que con lo que tarda la trama en resolverse le habría caducado varias veces, y ayudado (o eso cree) por un pasante que casi le persigue para que le deje aprender en el despacho, y por una compañera que lleva enamorada de él desde la carrera, comienza a realizar viajes a la planta intentado averiguar qué pasa con la idea de ayudar al cliente y perjudicar de paso al abogado de la empresa, que parece ser un poquito hijo de su madre, tanto a nivel profesional, como abogado de empresa y como abogado a secas, como a nivel personal.

La historia es bastante poco creíble y el desarrollo un poquito farragoso, aunque no le faltan algunas notas de humor y resulta entretenida la mayor parte del tiempo. Espero que la compañera siga escribiendo y pueda leer más novelas suyas.