Esta reseña lleva la negra. Me costó ponerme con ella, porque al fin y al cabo el libro es de una compañera abogada, a la que no conozco, pero esta medio tocaya y yo compartimos batalla y es su primera novela. La dejé en borrador para darle un repaso y la acabo de borrar sin querer, así que seré breve porque la obra no acabó de convencerme.
El libro es un guiño total al Quijote, en "versión abogao".
El subtítulo ya da pistas con lo de los molinos, los dos personajes de la portada viajando en sidecar recuerdan a la genial pareja de la obra de Cervantes y el abogado protagonista, que ejerce en una localidad manchega (cuyo nombre no aparece), se llama Alonso y, aunque no es hidalgo, Hidalgo se apellida. Frugal y chapadísimo a la antigua (a la muy antigua), pertenece a la segunda generación de abogados del despacho, situado en la calle Medrano, que fundó su padre (quien, por cierto, se llamaba Miguel), tiene un galgo al que llama Corredor y una super biblioteca en la que pasa las horas del día, y le dan las tantas de la noche, sin acordarse que tiene una esposa en casa a la que encuentra ya dormida cuando llega de trabajar.
El caso es que un día, cuando Alonso está a punto de salir del despacho, recibe la llamada de un cliente nuevo al que han despedido de la empresa en la que trabajaba, "Aspas Renovables, S.A", cuya actividad consiste en la fabricación de aspas para molinos eólicos, en la que se encargaba del control de calidad. El cliente, al que primero habían cambiado de puesto de trabajo para después esgrimir como causa del despido su inadaptación a sus nuevas competencias, considera que ha sido injustamente despedido y que en la empresa hay gato encerrado pensando que le han echado por interesarse por el cambio de ubicación del depósito de las aspas defectuosas.
El abogado comienza ciñéndose a su competencia profesional y piensa (y así se lo dice al cliente) que es un caso claro de despido improcedente y que conseguirá que así lo considere el Juzgado. Aunque no considera relevantes las sospechas del cliente le anima a que lleve como testigo a algún compañero para fundamentar la improcedencia del despido.
El día del juicio, cuando ya piensan que ni la empresa ni su propio testigo van a comparecer, aparece por los pasillos del juzgado uno de esos abogados de traje a medida, relamidos y pagados de si mismos, que se dignan a veces en bajar a provincias despreciando a los letrados de pueblo (sobre todo si somos de oficio) porque ellos "vienen de Madrid". Parece tener muy claro que les va a dar sopas con onda y que no tienen nada que hacer y, sorprendentemente, la empresa gana el juicio.
En el ínterin, la mujer de nuestro Alonso, aburrida de tener marido ausente, le abandona, lo que hunde al protagonista en una depresión que se agrava al conocer la sentencia desestimatoria de su demanda y, sobre todo, cuando en el homenaje que le rinde su Colegio de Abogados, ve entrar a su mujer del brazo del letrado que representó a la empresa eólica en el juicio.
Saber que su esposa le ha dejado precisamente por el abogado al que más desprecia le lleva a meterse de lleno donde no lo llaman, intentando averiguar qué se cuece en la eólica, luchando, cual Quijote contra molinos de viento, contra algo que le viene grande. Anima al cliente a interponer recurso de suplicación, que con lo que tarda la trama en resolverse le habría caducado varias veces, y ayudado (o eso cree) por un pasante que casi le persigue para que le deje aprender en el despacho, y por una compañera que lleva enamorada de él desde la carrera, comienza a realizar viajes a la planta intentado averiguar qué pasa con la idea de ayudar al cliente y perjudicar de paso al abogado de la empresa, que parece ser un poquito hijo de su madre, tanto a nivel profesional, como abogado de empresa y como abogado a secas, como a nivel personal.
La historia es bastante poco creíble y el desarrollo un poquito farragoso, aunque no le faltan algunas notas de humor y resulta entretenida la mayor parte del tiempo. Espero que la compañera siga escribiendo y pueda leer más novelas suyas.
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