He tenido desigual fortuna con el premio Nobel de Literatura. Cuando lo adjudican, me propongo siempre ponerme al día con el autor o la autora, que rara vez me suena y de quien solo excepcionalmente he leído algo, y luego unas obras me gustan menos y otras no me gustan nada, si bien en alguna ocasión alguien se sale de la media y me gusta.
Cuando oí el nombre de Svetlana Alexievich no se me vino a la cabeza ningún título de libro, sólo el nombre una ucraniana que vive en El Toboso. Luego, recordando la extinta Unión Soviética, intenté repasar las repúblicas en las que se había divido y, como no se sonaba el nombre de la autora, acabé de leer la noticia que comentaba el premio que se le había concedido y decía que tiene nacionalidad bielorrusa y que escribe en ruso. Dejé de intentar extraer de mi cerebro conocimientos que no tengo y busqué en Google Bielorrusia para descubrir que se se encuentra al norte de Ucrania, entre Polonia y Rusia y con Lituania y Letonia encima. Y a continuación me puse a buscar algún libro de la autora traducido al castellano, encontrando el que ahora comento.
Sólo puedo decir que me ha parecido duro, muy fuerte, pero que, si queremos conocer qué pasó a la gente que vivía cerca de la central nuclear de Chernóbil, hay que leerlo. No para averiguar qué pasó desde el punto de vista técnico o científico, ni por qué tuvo lugar el accidente, sino para saber cómo afectó a las personas de a pie, desde los bomberos que llegaron al principio para apagar lo que aparentemente no era otra cosa que un incendio, hasta el último que pasó por allí, liquidadores, peones, militares, agricultores de la zona, niños y niñas... sometidos a radiación en dosis en muchos casos mortal, todos ellos afectados, amenazados y muchos de ellos muertos por un peligro que no veían, víctimas del desconocimiento del potencial poder mortífero de la energía nuclear también cuando sólo se usaba con fines pacíficos, muchos traumatizados por guerras previas pero que como no ven disparos no acaban de convencerse de la obligación de cumplir la orden de evacuación, gentes emigradas de otros mil lugares que se encuentran más seguros entre la radiación que los mata que en su lugar de origen, trabajadores que buscan mejor salario o diplomas que les distingan por su entrega desarrollando su jornada laboral con palas y sin protección contra la radioactividad, personas mayores que se quedan para no dejar solo al gato o que se oponen a que se maten a sus animales...
No se si Svetlana Aleksiévich será buena o mala narradora porque éste no es un libro de ficción y ella no es quien nos cuenta lo que ocurrió sino las personas que vivieron el desastre y soportaron y siguen soportando (ellas si sobrevivieron o sus descendientes si les afectó la radiación), esas son las "voces" que escuchamos en este libro cuyos desgarradores testimonios leemos. Y en ese sentido la autora es muy buena; desaparece para dar la palabra a las personas cuyas experiencias relata.
En un momento dado tuve la tentación de dejar el libro porque la crudeza de los relatos de esa gente sencilla, contados en primera persona, se me hacía repetitiva, ya que algunas frases parecía que las leía una y otra vez, hasta que pensé que precisamente eso hacía que el libro resultara tan auténtico y los relatos tan "de verdad", pues suele suceder que cuando muchas personas hablan sobre el mismo suceso sus relatos se acaban pareciendo ya que cuentan la verdad, aunque la relaten desde diferentes perspectivas, con opiniones diferentes.
Cuando sucede algo tan terrible, de tal magnitud, supera a las personas, son como hormigas a las que sorprende la lluvia, no saben de dónde les viene el golpe ni por qué renunciar a lo que ha venido siendo su mundo, sobre todo cuando aparentemente el peligro es invisible.
Los relatos, unos más cortos que otros pero ninguno demasiado largo, se centran en lo sucedido en una zona que pertenece ahora a Bielorrusia, ya que aunque la central nuclear estaba en lo que ahora es Ucrania, el viendo llevó hacia allí la radiación. Me ha llamado la atención que la radiación se sintiera en lugares terriblemente distantes, así que imaginemos lo que debió ser en el foco de la explosión, y eso que sólo fue uno de los reactores. Me ha hecho pensar en que cualquiera podríamos haber sido una de esas voces en un momento dado, individuos insignificantes sobre los que se cae el mundo sin saber por qué (tsunamis, inundaciones, avalanchas, terremotos, corrimientos de tierra...).
Volviendo al principio es un libro duro, estremecedor, que da voz al silencio oficial que se impuso en lo que todavía era la URSS. Hay que tener en cuenta que el accidente tuvo lugar el 26 de abril de 1986 y el muro de Berlín no cayó tres años después.
En otro orden de cosas, me llamó la atención la portad del libro (una noria), así que he estado investigando y se trata de una noria de la ciudad sobre la que comienza hablando el libro, Pripyat, en la que se preparaban las celebraciones de la festividad del día de trabajo. Y buscando, buscando, resulta que todavía existe y que incluso todavía emite radiación. La he encontrado y si pulsáis en la imagen podéis ver una panorámica en 360º. Así, mirando, podemos explicarnos por qué no se acababan de creer el peligro. Parece un día normal y sigue habiendo peligro tantos años después. Si pincháis en la imagen podéis acceder a la vista.
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