Conseguí este libro en el sorteo de Masa Crítica de Babelio a cambio de una reseña. Así, a bote pronto, el título tira para atrás, que te lees la mitad de la obra leyendo el título, pero la mayoría de los libros de la lista para el sorteo ya estaban pedidos y como sabía que, de los pocos libres, el otro que me interesaba, de Simonetta Agnello Hornby, tendría más pretendientes, me gusta mucho la Historia y mi vocación frustrada fue la arqueología, pues pedí éste y me lo enviaron.
Es un libro muy pequeñito, con un formato mini, aunque como tiene la letra pequeña y casi 300 páginas, los 30 días que dan para publicar la reseña se me han hecho cortos, no tanto porque lea despacio o el libro no sea interesante, sino porque estaban las Navidades por medio y las ingestas de estas fechas deben reducir la afluencia de oxígeno al cerebro. Aunque como hasta San Antón Pascuas son, lo he acabado en plazo.
El libro, como su largo nombre y las aclaraciones de su vitola indican, trata sobre las culturas asentadas en lo que hoy es España en la época anterior a la conquista romana de los territorios de la península y su extensión por estos lares, con el impacto que ello debió suponer, que hay que recordar que no se trató de una excursión de corderitos amistosos de paseo. La obra se queda en el cómo estaba la cosa antes pero intentando contar la "historia" de los pueblos que los romanos se encontraron en su conquista.
El libro forma parte de una colección sobre la Historia de España de la Editorial Nowtilus, que debo decir que hasta la fecha estaba si mí y a la que echaré más de un ojo a partir de ahora porque tiene un catálogo muy amplio, entre divulgativo y científico, principalmente sobre Historia, que me ha llamado la atención.
La obra sigue un esquema a partir de las distintas etapas en la vida de una persona, desde el nacimiento a la senectud, trasladando esas etapas a la evolución de la trayectoria de los pueblos peninsulares en cuyo estudio se centra, citando excavaciones y centros de interés. Que no son todos los pueblos, porque, mirando, mirando, ni entre las civilizaciones "del interior peninsular" encuentro a los carpetanos que, entre otros, fueron los que debieron deambular por mi zona. Sólo se acuerda de vettones y vacceos, que no debieron llegar a Quero.
Y es que no creo que esta parte de La Mancha estuviera vacía, ni aquella época ni en otras en que se nos haya ignorado, sino que como por aquí hemos sido siempre más bien pobres (entre pobres y más pobres que las ratas) y poco dados a nacionalismos reivindicativos de un supuesto pasado glorioso, pues nunca ha habido dineros para excavaciones y estudios de importancia, conformándonos con los restos de prospecciones después algún que otro hallazgo "de arado y/o azadón" o campañas de universidad siempre sobre la misma excavación, que algún día van a encontrar el móvil de algún estudiante de la primera campaña y lo van a poner en un museo al lado de la falcata del Palomar de Pintado de Villafranca.
Pero, vamos a lo que vamos.
Tras una breve introducción en la que Carlos Díaz nos presenta la obra con el contexto histórico en el que se va a centrar, el libro comienza con el nacimiento de las culturas, donde estudia sus orígenes, modelos de establecimiento, patrones de asentamiento y evolución estudiando sólo pueblos que siempre han tenido fama (sobre todo Tartessos e íberos) y nombrando otros muchos, dejándome la sensación de siempre, que parece que los pueblos aparecen siempre por generación espontánea y que sólo se desarrollan cuando los invaden otros más inteligentes y avanzados, bien por comercio, bien por luchas con otros imperios, bien por explotación de sus recursos, sobre todo los fenicios y los romanos. Que digo yo, y tengo para mí, que algún sustrato poblacional anterior habría con algo de cultura propia, aunque no fuera demasiado glamurosa. Y más para mí tengo que los de abajo han sido siempre más o menos los mismos y que quienes han ido dejando rastro han sido los de arriba, que se llamaran de una forma u otra, pero teniendo siempre por debajo poco más o menos los mismos curritos, en una choza redonda, en una casa cuadrada, en un piso o en un chalet adosado. Pero, vamos, que son cosas mías.
En el apartado de infancia de las culturas, buscando equivalencia por la vida familiar en la que vivimos las personas en esa edad, la obra se centra en la arquitectura doméstica desde la que se lanza a elucubrar sobre la sociedad y la familia de las culturas, que yo siempre me he planteado los mismo: si viene un arqueólogo cuando mi casa, de aquí a muchos siglos sea una ruina (aunque si no llamo pronto a los albañiles no va a tardar tanto), ¿sería capaz de saber cómo he vivido yo, qué capacidades, qué formas de relación, ideologías, creencias o qué comíamos en mi casa (aunque desde que el Mercadona vende platos ya cocinados lo tendría más fácil)? Me resulta complicado decir que sí, lo que me lleva a pensar que en cada época los arqueólogos e historiadores aplican sus propias creencias y conocimientos a lo que se van encontrando o han escrito otros y a saber cómo eran las cosas en cada época, que si ahora cada partido nos dice una cosa y la contraria cada media hora, trasladando eso hacia atrás miedo me da. Pero, en fin, confiemos en que haya historiadores y arqueólogos serios.
Siguiendo con las etapas de la vida humana, el capítulo de la adolescencia, que el autor considera época de cambios y rebeldía, estudia la arquitectura defensiva, las sociedades militares y el armamento, que aquí sí parece que la arqueología tiene tela que cortar, o mejor dicho armas que estudiar, desde puntitas de lanza, corazas y escudos a carros de batalla o pongamos por caso la falcata de Villafranca. Luego las murallas, que dejan mucho rastro arqueológico, sobre todo las de piedra y los oppida y los castros y la decoración de cacharros de cerámica... Y aquí parece que los íberos y los celtíberos eran los que cortaban el bacalao, bueno bacalao no mucho por las zonas en que se movían.
En la adulted, palabra fea donde las haya, la obra, paralela a la preocupación de los adultos por realizar algún trabajo que sirva por lo menos para alimentarse, estudia la economía de los pueblos perromanos que el autor elige, su alimentación, su cerámica y artesanía y su arte.
Y para finalizar, en la senectud de los pueblos prerromanos, el libro se centra en la experiencia religiosa, rituales funerarios y sacrificios.
El libro muestra bastantes ilustraciones a color entre sus páginas (desde Argantonio, la Dama de Elche o la pátera de Perotito que figura en la portada a cerámica, adornos o construcciones y recreaciones de poblados) y concluye con un mini-glosario de 13 términos, una bibliografía más extensa, diez páginas publicitando otras obras de la colección y una página de códigos QR con acceso a fragmentos de las mismas.
Como conclusión mía, el libro resulta entretenido y muy útil para conseguir una visión global de los pueblos que estudia y como paso previo para buscar más información al respecto si se quiere profundizar sobre la materia.
Para leérselo de corrido para una reseña es un poco áspero y no me ha gustado la referencia a regiones actuales para referirse a culturas de entonces, que el nacionalismo nos está dejando un poco tontos a todos y Cataluña no era Cataluña, ni entonces ni durante siglos y siglos, ni Madrid estaba ni pensado. Que no estaría mal referirse por ejemplo al "territorio donde en la actualidad se encuentran las provincias de" o "la ciudad de" o "parte de lo que hoy es la Comunidad Autónoma de". Que es como si nos refiriéramos a los restos romanos de mi pueblo como Quero. Y eso que mi pueblo es bastante más antiguo que muchas ciudades y, por supuesto, que todas las comunidades autónomas tal como se conciben hoy. Constitución dixit.
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