Mal empezamos el año. En todos los sentidos. Que me da que estábamos deseando salir del 2020 como si el paso de las cifras de una fecha consensuada como fin de ciclo supusiera realmente un fin de ciclo. Y, parafraseando un conocido mensaje de WhatsApp, el 2021 le ha dicho al 2020 que le sujete el cubata y vamos a ver qué nos tiene deparado.
Pues, a nivel lector también he empezado de pena con algo que tampoco me ha gustado. De hecho empecé la reseña hace más de un mes y hasta ahora no me he vuelto a acordar. Que no me gustó el libro, vamos.
Es uno de esos pretendidos thrillers que no lo son, una novela que pretende ser policiaca sin policías, o, como el de esta novela, con uno en caída libre, que viene a ser lo mismo. Y tampoco es un domestic noir.
El caso es que un grupo de... llamémosles amigos, que parecen deshechos de tienta de sus respectivas antiguas profesiones u ocupaciones, se reunen en una librería, que sólo vende novelas de crímenes, para tratar de atrapar a un terrible asesino.
El "lobo" que buscan tiene obsesionado a Daniel Parodi, un antes policía que se ahora se dedica a emborracharse hasta casi el coma etílico como el detective privado que pretende ser y que tiene su cubil en la cochambrosa trastienda de la librería de Ernesto Soria, otro antiguo policía, que parece el mejor de la cuadrilla, pero que, a velocidad inverosímil, se dirige hacia el Alzheimer.
Daniel vio como el psicópata al que busca asesinó brutalmente a su hija delante de él y pese a que supuestamente era un detective de primera, ahora ha perdido su competencia y no es capaz de seguir una pista fiable que le lleve a encontar al asesino, pues el hombre que cumplía condena por el asesinato y que fue puesto en libertad, presuntamente por una funcionaria del Juzgado que luego les ayuda en sus pesquisasm, no parece ser el verdadero asesino.
Diana Quaranta, una fiscal que no es capaz de llevar a la justicia ni los delitos que se cometen contra ella, le presta su ayuda porque además está enamorada de él.
También se sirven de las habilidades de Diego Heller, un informático tirando hacker, que parece medio lelo, pero que no lo perdáis de vista y que se enamora de la chica que, a su vez, se enamora del que fue psicoanalista de Daniel, y que no debe tener mucha clientela porque tampoco sale de la tienda.
Sí, supongo que por la mención del psiconálisis ya imaginaréis que la novela es argentina. Y se nota desde la primera página, que o se lee con acento o no se entiende. Y, al contrario de lo que me pasa con las películas, que a los diez minutos se me olvida el soniquete, en el libro no se te olvida nunca.
Pues eso, que van dando palos de ciego y luego en las últimas páginas la autora le carga los crímenes a quien menos te esperas. Que no hay cosa que más rabia me dé, que tengan escondido al culpable sin ver nada en su comportamiento que lleve a pensar que pueda ser capaz de matar, y que luego, en un quitame allá esas pajas o esas páginas, lían todo y dan el zarpazo para acabar el libro.
No es que me prometiera mucho el comienzo, ni me animara mucho el desarrollo, pero el final lo acabó de rematar. Nunca mejor dicho.
Nada, que no me hizo gracia el libro y además no he empezado el año con cuerpo para lecturas, que la realidad resulta mucho más terrible que la literatura por muy negra que se busque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario