El primer libro de esta autora ("Para morir siempre hay tiempo") no he sido capaz de terminarlo y sigo teniéndolo por ahí pendiente pero éste no está mal para pasar algún buen rato con su lectura y aprender algo sobre los subterfugios del mundo editorial en materia de negritud y falsas autorías. Y es que la protagonista de la novela, Lucrecia Vázquez, se gana la vida escribiendo desde el anonimato en el que prefiere estar debido al síndrome de Tourette que padece, que últimamente parece que no se puede protagonizar una novela negra, policíaca o similares sin padecer algún síndrome o alguna enfermedad mental. Claro, que una persona en su sano juicio suele abstenerse de investigar asesinos en serie y no se pone voluntariamente en peligro cada cinco minutos con lo que acabaría resintiéndose la trama del género.
Lucrecia, que pese a tener la cabeza muy bien amueblada y escribir presumiblemente tan bien como la autora de la novela que protagoniza, acaba tirándose a la piscina de la investigación criminal dejando atrás su escondida vida de escritora a sueldo cuando descubre el cadáver comido por las ratas de Dana Green, una famosa escritora para quien su editor quiere que trabaje como negra literaria.
La tal Dana, que no ha escrito una línea de su intelecto en sus "thrillers de hermandades y arcanos religiosos", necesita dar un empujón a su carrera en declive cambiando al nuevo mainstreaming del género negro con "protagonista femeninas raras", lo que supone una maravillosa oportunidad para Lucrecia que hasta entonces ha publicado con nombre masculino ficticio novelas negras protagonizadas por un personaje llamado Sam Fisher (una especie de Sam Spade moderno) que se vendían como churros pero sin que nadie la reconociera como escritora. Su editor le promete que si escribe la siguiente novela de Dana podrá publicar con su propio nombre después y Lucrecia acepta, pero cuando llega a la villa del editor donde debe encontrarse con la escritora tramposa lo que encuentra es su cadáver y ahí comienza todo, que vamos de sospechoso en sospechosa, dudando de todo el que aparece por las páginas del libro (que, menos de mi, sospeché de todo quisque), hasta casi la última página.
La investigación policial, que comienza en Santa Creu del Montseny, realmente se atribuye al mozo de escuadra Gerard Castillo (nacido en Madrid como Gerardo de Arteaga Castillo) quien pese a los tics e insultos que el Tourette hace experimentar a Lucrecia lo tiene medio enamorado. No es que sea demasiado creíble la truculenta trama ni la libertad ambulatoria en materia de investigación todo terreno que se atribuye el mosso, que acaba en Galicia como si tal cosa, pero la novela resulta entretenida y muy interesante para sondear entre los entresijos del mundo de la publicación de libros, las modas, los autores, los negros, las envidias... En fin, que está entretenida sin grandes aspavientos.
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