miércoles, abril 15, 2020

"Esta oficina me mata", de Viola Veloce. Doce llevo.

No recuerdo cómo llegué a este libro, creo que en algún blog y quizás me llamó la atención el título, por aquello de que las oficinas no me resultan ajenas y algunas, aunque no me han matado, porque estoy aquí, por lo menos la espalda y a veces la cabeza, sí que me las han tocado.
El nombre de la autora es un seudónimo porque, como parece ser que trabaja de una oficina, no quiere que se reconozca la suya en la que se describe en la novela. Aunque la verdad es que muchas oficinas podrían identificarse con la "asesina" del libro y sobre todo resultan muy reconocibles algunos de los tipos de compañeros descritos. 
Quién no ha tenido alrededor la tóxica influencia de un compañero que sin dar chapa se pasaba la vida quejándose de la injusticia que se cometía en su contra al no reconocerle su valía porque no se le encargaba nada digno de sus capacidades; o alguna que pasaba media jornada laboral hablando por teléfono o jugando al solitario; o el pelota hipócrita que "se apunta al sindicato después de la protesta"; o los jefes ineptos (sobre todo si se trata de un cargo político o ha sido designado a dedo) que atascan la oficina exigiendo supervisar el trabajo de los demás sin tener la más remota idea de hacerlo él, y algún directivo al que, como la autora, podemos considerar una "ameba llamada a la extinción, con unas ganas de trabajar equivalentes a cero", y... En fin, que cualquier empleado o funcionario puede reconocer a muchos de los personajes entre sus compañeros y/o sus jefes y se ha sentido alguna vez tan quemado en el lugar donde trabaja que ha llegado a pronunciar casi literalmente la frase que da título a la novela que reseño.
Francesca Zanardelli trabaja en el departamento de Planificación y Control de una gran empresa milanesa. No acabó la carrera de Económicas y no considera que su ocupación como contable sea el trabajo de sus sueños, pero tiene un contrato fijo, lo que la convierte casi en intocable, sobre todo cuando la empresa perdió un juicio y se vio obligada a volver a contratar a un montón de trabajadores de los que había prescindido.
Su vida personal no va mucho mejor que su trabajo pues acaba de comenzar a salir del hoyo al que la arrojó el abandono de su prometido que el día antes de la boda le confesó estar enamorado de otra mujer, "esa mentirosa tapizada de Gucci, del bolso a los zapatos.
Vive sola en un piso que le compró su padre tras vender el que habían adquirido para la pareja que no llegó a matrimoniar. Sus padres no acaban de verla bien y ejercen sobre ella una tutela que a veces le resulta agobiante. Pero si la vida no iba demasiado bien para Francesca, un suceso traumático la desbarajusta por completo.
Una mañana aparentemente anodina en la oficina, al pasar al servicio, su mundo se pone cabeza abajo, con el descubrimiento del cadáver de su compañera de mesa, Marinella Serini, una mujer que no caía a nadie bien en la oficina y pasaba la vida jugando al solitario en el ordenador, por no haberle descubierto ninguna otra utilidad, y pronosticando el menú del día del restaurante donde comía. La mujer había sido estrangulada y su cadáver colocado como si estuviera de cuerpo presente, con las manos juntas.
Aparte del susto, Francesca se ve inmersa en la investigación, e incluso bajo sospecha, y sometida al asedio de sus padres que, intentando evitarle riesgos, ponen a la pobre de los nervios, sobre todo su madre, que se pasa la vida viendo "Mentes Criminales" en la tele y se acuesta a la primera de cambio dejando a su marido la responsabilidad de la casa, que él asume cocinando congelados como si no hubiera un mañana.
Cuando la cosa se va tranquilizando, sustituyen a la asesinada por un compañero todavía más inútil y menos trabajador, no obstante lo cual se cree el mejor preparado de la empresa, así que, alegando que no se le da trabajo digno de su preparación, no da palo al agua, no hace nada más que quejarse, tener la oficina a oscuras y discutir con todo el mundo. En un momento dado cuando el nuevo empleado acaba de demandar a su superior (un santo de altar) por un supuesto acoso, aparece muerto de la misma forma y asesinado con el mismo tipo de cuerda que la primera empleada, con lo que vuelven los recelos contra nuestra Francesca, no tanto como asesina como por gafe, hasta que tiene lugar la detención de quien nuestra protagonista considera inocente y entonces Francesca se propone averiguar si la persona de quien ella sospecha tiene algo que ver con el asunto poniéndose en riesgo de una manera bastante tonta, a ratos divertida.
No se trata de una novela policíaca, ni de un domestic noir, aunque al final acaba metiéndose a detective aficionada, es un poco un divertimento de la autora para criticar el sistema de trabajo de una empresa, la falta de compañerismo, la imposibilidad de ascender, las rencillas entre compañeros y la ineficacia y eficiencia del sistema.
La verdad es que la autora escribe muy bien, sobre todo en las ácidas descripciones de los distintos personajes, y a ratos resulta divertida. Está entretenida, aunque me sobra toda la parte de los padres, con esa madre tan cargante, que sólo quiere casar a Francesca y se pone mala cada vez que le llevan la contraria. Pero, claro, es parte de la vida de la prota.

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