viernes, agosto 17, 2018

Trigésimo libro 2018: "Esperando a Mister Bojangles", de Olivier Bourdeaut.

No recuerdo cómo llegué a este libro pero desde luego ha sido un gran descubrimiento. Me ha gustado mucho pese a dejarme un sabor agridulce al acabarlo y hacerme pensar mucho mientras lo leía.
Seguimos la historia desde dos puntos de vista, el de un padre y su hijo. El niño aparece como narrador principal y nos introduce en la vida de su familia mientras podemos leer una especie de memorias de su padre que aparecen en cursiva, aunque no hubiera hecho falta porque la forma de escribir es muy diferente. Ambos nos cuentan prácticamente los mismos hechos pero sus perspectivas son diferentes pues evidentemente muchas cosas pasan desapercibidas al niño, o eso quiere hacer creer a sus progenitores.
El matrimonio que forman el padre y la madre del niño, entre escéntricos y locos de atar, vive una vida totalmente diferente a la que puede llevar una familia común y eso les hace especiales tanto para su hijo como para quienes nos acercamos a su historia. Son una pareja original, extravagante, vital y tremendamente divertida que educan a su hijo de manera que puede parecer discutible pero que, visto el resultado, funciona para criar a un niño más o menos feliz. No tienen horarios, le acaban sacando de la escuela para educarle personalmente de forma muy peculiar y los mayores esfuerzos los realizan para disfrutar de su vida en común.
El principio del libro es muy, muy divertido. Vemos cómo se conoció la pareja y cómo viven su relación así como la "educación" de su hijo y los acompañamos de jolgorio en jolgorio.
Él, un hombre de negocios de éxito que ganó una fortuna de forma parecida a la de algún Pujol que otro: tenía un amigo senador que instó un cambio legislativo que convertía en obligatorias las inspecciones técnicas de los coches mientras a su sombra el padre de nuestro narrador abría los talleres necesarios para reparar las deficiencias que las ITVs detectaban. 
Ella, que no quiere que su marido trabaje, una mujer vital, optimista y divertida que parece que sólo tenga interés en vivir de la mejor forma la vida al lado de su hijo y su esposo con quien siempre acaba bailando la canción de Nina Simone que da título al libro en un disco para escuchar el cual tienen en exclusiva un tocadiscos (el resto de la música la escuchan en equipos más modernos). Fiestas, bailes, alcohol, viajes a España (al Paraíso, como lo llaman)... todo parece muy años veinte hasta que la locura que parece acompañar y enamorar a los protagonistas toma un cariz más trágico.
Cuando la narración se oscurece, y vemos que nada es tan happy como parece, volvemos a conocer la historia desde las dos perspectivas de padre e hijo sin que acabemos nunca de conocer la de la madre (aunque la veamos entre líneas), que parece no darse cuenta de su propia tragedia (o, sí), como tampoco llegamos a saber su nombre pues desea que su marido cada día la llame por un nombre diferente y siempre llama de usted a todo el mundo, costumbre a la que obliga también a su marido y a su hijo a quienes quiere por encima de todo.
El amor, la búsqueda de la felicidad en el espacio familiar, el disfrute de la vida sin límites, la pasión en todo lo que hace... son características de la mujer de innumerables nombres que marca la pauta a quienes la rodean y que es capaz de disfrazar de felicidad y teatralizar su propia tragedia para intentar evitar que su problema perjudique a su familia. Y, en medio, un niño que todo lo ve, disfrutando y sufriendo a la vez, y que aprende también a mentir desde pequeño al resto del mundo porque se da cuenta de que su familia no funciona como las demás y a mentir a sus padres porque su pequeño mundo de relación tampoco acepta su excepcional situación.
En definitiva, un relato hermoso, divertido y triste a la vez que me hizo pensar y que me ha dado a conocer la canción Mr. Bojangles que no conocía. Comparto la versión de Nina Simone, que es la que escuchan y bailan los protagonistas del libro y que es bonita de verdad y otra versión de Whitney Houston, no tanto por la canción como por el homenaje de Bobby Brown a Sammy Davis Jr., que parece ser que es quien hizo realmente famosa la canción, aunque la ha cantado muchísima gente. Me encanta cómo baila.

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