El principio es muy bueno, aunque solo sea porque recuerda, tal vez demasiado, al Cuento de la Criada. Promete muchísimo pero me ha resultado muy decepcionante. Sobre todo el final.
Tras unas elecciones en Estados Unidos resulta elegido un gobierno conservador condicionado por la influencia de un líder ultrarreligioso que quiere retrotraer la situación entre hombres y mujeres a una etapa que tiene idealizada en que las mujeres estaban en casa dependientes del poder masculino y, según él, eran más felices, a la vez que evita que protesten o se revelen negándoles la palabra. Literalmente, vamos, que en este nuevo Gilead de Christina Dalcher les permiten pronunciar al día únicamente 100 palabras. A todas las mujeres y niñas les ponen una pulsera con un contador que les provoca descargas eléctricas de progresiva intensidad según el número de palabras que pronuncien de más. Respecto de las niñas es más grave porque la ausencia de voz impedirá su correcto crecimiento intelectual.
Yo, que para decir buenos días, ya puedo necesitar más de 100 palabras, estaría electrocutada el primer día si la distopía de esta novela tuviera lugar.
Para más inri la protagonista de la historia, Jean McClellan, era neurolingüista, especializada en el área de Wernicke, la zona del cerebro que influye precisamente en el habla, habiendo realizado investigaciones para la creación de un suero que devolviera la capacidad de expresión a personas con afectación de esa zona por algún tipo de lesión, trauma o enfermedad.
Jean siempre se había centrado en sus estudios y no había sido demasiado participativa en el activismo feminista, pese a tener una amiga que lo era por las dos. Está casada, con un marido un poco pánfilo, y tienen una niña pequeña y un hijo adolescente. Desarrolla su carrera en un empleo que le gusta y le llena, del que se ve expulsada un día como los son todas las mujeres trabajadoras del país por decisión unilateral y nada democrática del Gobierno. Como en el Cuento de la Criada, las mujeres pierden su capacidad de decisión, no tienen derecho a manejar ni su propio dinero y, aunque pueden leer, son privadas de su libertad de hablar. De ahí el título del libro.
Al principio las mujeres no reaccionan, no se acaban de creer qué pasa, pero enseguida la pulsera que portan servirá de mecanismo de control del que no pueden escapar. No pueden hacer prácticamente nada y en el caso concreto de Jean su marido tampoco hace nada por ella.
Todo esto lo vamos sabiendo a través del repaso que Jean realiza mentalmente de sus recuerdos y su experiencia en el nuevo régimen mientras se de desarrolla la novela.
La trama comienza básicamente cuando el hermano del presidente, que es quien partía realmente el bacalao, sufre un ictus que le afecta precisamente a la parte del cerebro en la que está especializada Jean, por lo que le realizan una oferta, que como en El Padrino, no puede rechazar: la reintegrarán a su trabajo para que acabe de desarrollar el suero y, mientras, le devolverán la voz sin limitaciones. Sabe que es algo temporal pero lo acepta, sobre todo para que su hija pequeña pueda usar su voz, lo que desde muy pequeña tiene prohibido.
El sistema implantado, que limita la voz de las mujeres y las relega al ámbito estrictamente doméstico, sin que los hombres participen en el mismo, desarrollando en exclusiva toda la vida pública, ha imbuido plenamente al hijo adolescente del matrimonio, que se dedica a machacar a su madre y desempeñar con alegría su función de control de otras mujeres y chicas a modo de comisario político o vigilante de las costumbres, sin ser consciente de lo que ello supone y que el sistema también le oprime a él, ya que los hombres están obligados a casarse a temprana edad y formar y mantener a la familia y a encajar plenamente en el estereotipo masculino sin poder capacidad de decisión posible.
Las investigaciones de Jean se desarrollan a buen ritmo y mientras la novela describe el sistema, y Jean nos transmite cómo le está afectando, el relato me iba gustando, hasta que aparece un compañero de trabajo y la distopía se transforma en telenovela a ratos. Y, aunque la trama se complica, cuando son conscientes de que las investigaciones que se realizan en el Centro en el que trabajan, no avanzan únicamente en el sentido positivo de reintegrar la voz a quien no la tiene, sino hacia algo mucho más siniestro, el final resulta tan peliculero que no resulta creíble.
Ya digo, una primera parte bastante buena pero no me gustó cómo solventa la autora el final de la novela. La originalidad de la idea primigenia no parece desarrollar todas las posibilidades. Evidentemente, no es el Cuento de la Criada.