sábado, marzo 07, 2009

Mujer de la semana: La Sra. Livingstone supongo.

Me imagino que casi todo el mundo sabe quién fue David Livingstone aunque sólo sea por la frase que pronunció Henry Stanley cuando lo encontró varios años después de su desaparición. Sí, la de “el Dr. Livingstone supongo”. Pero a que casi nadie sabe (me pongo yo la primera, hasta hace unos días) que había una señora Livingstone con una biografía que podía haber oscurecido la de su famoso esposo (si no fuera por el hecho de haber nacido mujer) y que le acompañó en casi todos sus viajes y exploraciones hasta su muerte, pasando las mismas calamidades que su marido y pariendo además tres hijos y tres hijas sin ayuda de nadie y viendo morir a una de las niñas.
Cuando el Livingstone famoso todavía no lo era y llegó a África para trabajar como misionero, Mary Livingstone llevaba allí toda su vida porque nació el 12 de abril de 1821 en una ciudad llamada Gricqua Town a cincuenta kilómetros de Ciudad del Cabo. Era hija de Robert Moffat, misionero protestante, y de Mary Moffat, una extraordinaria mujer (de casta le viene a la galga) que colaboró de igual a igual con su marido en la creación y gestión de varias misiones en África, aunque fuera su esposo el que se llevara la fama por ser el que lo contaba en público. Mary Moffat, de casada Livingstone, fue la primera hija del matrimonio (que inició una prole de diez) y al año de vida les acompañó a otra misión donde vivieron en chozas con las paredes recubiertas de estiércol de vaca a la manera tradicional recorriendo los poblados en carretas tiradas por bueyes educándose en ese ambiente hasta que, a los diez años, ingresó en una escuela misionera a cinco semanas de viaje de donde había vivido su infancia y donde fue objeto de discriminación en insultos (la llamaban “la africana blanca”) por parte de sus compañeras de clase, educadas a la inglesa.
Tras otros tres años de formación como maestra en Ciudad del Cabo viajó a Inglaterra por primera vez donde el que luego sería su marido conoció a su padre que le inculcó la pasión por la misión y por África, de forma que Livingstone partió también a ocuparse de una misión y a dar rienda suelta a su inquietud descubridora.
A poco de regresar Mary, contrajeron matrimonio con el beneplácito de su padre pero con las suspicacias de su madre que veía a Livingstone un poco aventurero de más. Y razón no le faltaba a la señora que debía pensar que bastante aventura había tenido ya su hija con ella.
Los Livingstone fundaron una nueva misión y no les acompañó la suerte en la elección del sitio porque pronto comenzó una sequía y Mary que ya había sido madre por primera vez tuvo que soportar todas las incomodidades y los peligros (ataques de leones incluídos) que acompañaban a la vida en las chozas sin agua ni apenas alimento. A partir de aquí la vida de Mary Livingstone fue un continuo ir y venir por África acompañando las expediciones o los viajes misioneros de su marido, fundando escuelas que ella ayudaba a construir y mantenía, pariendo un hijo tras otro sin atención médica alguna, cuidando de su marido, sufriendo ambos varias enfermedades y luchando contra las fieras en soledad cuando su esposo, una vez abandonada su vocación misionera, optó por el oficio de explorador y salía de viaje sin ella dejándola con la familia y apenas medios o arrastrándola con él por inhóspitos y peligrosos lugares.
Sabemos mucho de la vida de Mary por las cartas que su marido le dirigía cuando estaban separados y por las que escribió su propia madre pero sólo ha pasado a la historia oficial su marido que era a quien homenajeaban la Sociedad Misionera de Londres o la Real Sociedad Geográfica de la misma ciudad como si la labor de Mary como la de otras muchas mujeres compañeras de exploradores no hubiera significado nada.
De todas formas cuando peor lo pasó Mary fue cuando su esposo decidió enviar a su familia a Inglaterra donde soportó el clima tan diferente al que había tenido en África, donde debió soportar a su suegra con quien no compartía ningún punto en común y donde debió mal vivir con muy poco dinero y con poca costumbre de administrarlo. –Acabó regresando a África y murió allí en 1862 siendo enterrada bajo un boabab a las orillas del río Zambeze. Su esposo regresó a Inglaterra donde los homenajes se sucedieron uno tras otro pero sin lograr congeniar con su prole que apenas le había tratado. Regresó a África y “desapareció” hasta que Stanley “le encontró” pero no quiso regresar y murió en África donde se enterró su corazón. Su cuerpo fue enterrado en Inglaterra y su propia hija Agnes, la única con la que mantenía contacto, manifestó que en las honras fúnebres faltó un recuerdo para su madre “que lo sacrificó todo por compartir su vida con él y que siempre se sintió una auténtica africana”. Pero visto lo visto y después de tantas biografías como llevo leídas, eso suele ser lógico. Parece que las mujeres de los “grandes hombres” ya tienen bastante honor con haber compartido sus vidas y que nada de lo que ellas hicieran, aunque algunas hicieran mucho más que ellos, puede pasar a la historia ni ser digno de elogio, como si andar con ellos o tras ellos fuera su obligación y no supusiera esfuerzo alguno.
La biografía de esta gran mujer la he leído en un libro de Cristina Morató que os recomiendo que se llama “Las reinas de África. Viajeras y exploradoras por el continente negro” que también incluye biografías de otras mujeres que fueron esposas de exploradores, misioneras, cazadoras de élite… y que dedicaron muchos años de su vida o su vida entera a África sin que la historia les haya rendido el merecido homenaje que en algunos casos otros se han llevado por ellas. El libro es bastante ameno e incluye algunas biografías de mujeres que sí me sonaban, como la de Karen Blixen, la de Memorias de África” o de Mary Kingsley pero otras que ni me sonaban, con la circunstancia agravante para mi delito de ignorancia de ser incluso españolas, como Isabel de Urquiola o Lady Smith que antes de ser “Smith” y vivir entre los zulúes se llamó Juana María de los Dolores de León, de la familia de los Ponce de León (como el descubridor de Florida).Respecto a Mary Livingstone parece que su única biografía, en la que Cristina Morató basa su libro, figura dentro del libro titulado “Wives of fame” (algo así como “Esposas de la fama”) que escribió Edna Healey pero no he tenido (todavía) acceso al libro para poder dar fe. Todo se andará.

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