«Creo en las mujeres escritoras, pero no en la literatura femenina, porque tampoco creo en la masculina. Desde que han entrado estos señores del márketing… Voy a decir una palabrota como aquella vieja gallega: «¡Judiose!»»
Es una frase de la de desde ayer merecida Premio Cervantes 2010 cuya lucidez a los 85 bien quisiéramos muchas a la que tenemos a nuestra edad e incluso a la que alguna vez quisimos tener. Ya era hora porque si se descuidan un poco tienen que dárselo a título póstumo.
Estuve viendo una entrevista en la tele (esta que acabo de colgar que no se si se va a ver) y me llenó de alegría que actualmente la académica de la lengua lea novela negra. Me ha tocado porque "harta ya de estar harta ya me cansé" de leer supuestos buenos libros y "pajas mentales" que se ponen de moda como libros cultos y, cuando como suele ser habitual no hay una delicatessen que llevarse a la cama (para leerla, no penséis mal), la novela negra me ayuda a soportar la "insulsed" de mi existencia.
Esas novelas suecas o noruegas, con esos tremebundos asesinatos (que no se cómo sigue poblada la península escandinava con tantas muertes violentas como relatan los libros), con esos investigadores (como mi Wallander, que en paz descanse) que sufren depresión o, en novelas españolas como las que protagoniza mi jueza MacHor, embarzada y con familia numerosa mientras investiga crímenes, o, de la novela italiana, mi pobre Montalbano, o incluso Brunetti pese al poder adquisitivo de su familia política pero sobre todo por los recorridos por su Venecia natal que siempre me obligan a babear de envidia...
Como literatura de evasión que no desprecia la crítica ni el concienzudo repaso a la realidad en que se desarrollan las intrigas me encanta y el hecho de que también las lea la escritora que ocupa la silla K de la Real Academia de la Lengua me reconforta. Por cierto que para investigadores desgraciados y atípicos el protagonista de el misterio de la cripta embrujada, del laberinto de las aceitunas y de la aventura del tocador de señoras (que me he releído con aquello de haberle dado a Mendoza el Planeta); el pobre hijo por no tener no tiene ni nombre.
Y hablando de premios, Doña Ana María Matute, menos el Nobel, los tiene casi todos.
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