viernes, mayo 08, 2015

La esquina de don Julián, calle Empedrada con calle los Carros.


No se si me he acabado de acostumbrar al color después de estar pasando toda la vida por delante de ella sin este colorido. Lo que desde luego no olvido es la voz de doña Isabel que siempre me decía alguna cosa cuando pasaba y que con aquello de que su marido había sido el médico que me trajo al mundo me llamó casi hasta su muerte "Beves", lo cual en mi adolescencia hacía que me llevaran todos los demonios pero que después me venía bien para volverme a la infancia. La recuerdo de toda mi vida hasta que ya muy mayor tomaba el fresco en la puerta de mi vecina Avelina. Hasta hay una foto suya en casa de cuando era joven.


También recuerdo a don Julián, que para mi tenía yo que el médico de un pueblo era siempre el mismo para toda la vida y no cambiaba nunca, aunque le tenía más respeto, sobre todo de cuando me llevaba para apuntar los nombres de los bebés que se vacunaban.
Recuerdo que la primera vez, sentada con los pies colgando en la silla de la maestra de párvulos y con un bolígrafo en la mano, considerándome toda responsable y mayor, vi que junto al nombre se escribía una H o una M, así que yo sin dudar comencé a escribir la H junto a los nombres de niña y la M junto a los de niño, lo que provocó que recibiera una de las primeras broncas de mi vida y que en principio consideré totalmente injusta ya que a mí me parecía muy lógico que si se distinguía entre niños y niñas el equivalente en siglas fuera la hache para las hembras y la eme para los machos y no entendía por qué se me regañaba en público. Ante mis explicaciones exclamó airadamente que si me parecía que estaba clasificando animales (creo recordar que especificó "gorrinos"), que la H era de hombre y la M de mujer, con lo que llevaba la lista con todos los sexos cambiados. Y todavía discutí con él un rato sobre la conveniencia o no de llamar hombres a bebés tan pequeños y mujeres a niñas tan chiquitinas. Yo tenía siete u ocho añitos y pasé uno de los momentos más bochornosos de mi vida pero tras modificar las casillas equivocadas seguí refunfuñando sobre la incoherencia del formulario durante todo el rato.
Teníamos mucha relación con la casa de la foto ya que vivo en la misma calle. Así, mi abuela Amparo delegaba en mi el encargo que recibía los veranos para cuidar los canarios de la casa cuando los dueños se iban de vacaciones, incluso cuando ya los animalitos estaban muy mayores heredé el canario amarillo y la jaula redonda que siempre me pareció la más bonita que había visto y que todavía está en la cámara.


También nos daban bolsas llenas de números atrasados de revistas y periódicos para encender la gloria, y yo repasaba antes de su destino final todas las revistas para ver las fotos de lugares que a mi me parecían exóticos (y algunos lo eran, que guardé muchos años una lámina de la Ciudad Prohibida), aunque como la mayoría eran de medicina lo que solía ver eran repugnantes fotografías de artículos de operaciones y heridas y publicidad de productos farmacéuticos. Los ABCs los leía con retraso y era un reto intentar hacer el crucigrama, que era muy pequeño y casi nunca podía terminarlo ya que me parecía muy difícil.
Me acuerdo incluso de los sudores de don Julián para subir y bajar el cierre de la cochera, que ya no existe y que junto con el de la de don Julio el practicante, eran casi las únicas "de cremallera", lo que a mi me parecía el summum de la modernidad a la vez que un invento bastante inútil con lo fácil que resultaba abrir el resto de las portadas del pueblo.
¡Ay, qué vieja me estoy haciendo! Aquí recordando anécdotas de la infancia y hablando de personas que ya no están. En fin, yo las recuerdo con mucho cariño.

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