sábado, junio 27, 2015

Me he encontrado con una cría de gavilán en la calle.

Cuando venía hace un rato de la peluquería me ha llamado la atención (la poca que el calor me permitía) un ruido y, levantando la cabeza, he visto una cría de gavilán en los cables de la luz de una casa, a pleno sol. Lo he llamado y, no se si por hacerme caso o porque se ha caído, ha bajado con torpe vuelo al suelo. Como veía que no volaba he intentado cogerle porque parecía tener mucha sed.
Tras varias correrías por la calle La Luna, de las que espero no haya sido testigo nadie del vecindario, lo he cogido y cuando se ha tranquilizado y pensaba que ya éramos colegas me lo he puesto en el índice de la mano izquierda y tras arañarme se me ha escapado. 
Lo he vuelto a coger porque todo su afán era quedarse en mitad de la calle y, dada su escasa predisposición a venirse a casa conmigo, lo he hecho volar para que se quedara en el lugar más alto al que ha podido llegar, ya que todavía no tiene el plumaje para grandes alardes: sobre la furgoneta que siempre deja un vecino en el lateral del Museo de la Palabra. 
Me he ido a por la cámara y pensando que no me lo iba a encontrar porque hubiera intentado volar nuevamente, lo he visto tan campante en la furgoneta controlándome para ver qué iba a hacer. Como no alcanzaba a cogerlo le he hecho unas fotos. Espero que lo encuentren sus progenitores.
Cuando era pequeña tuve uno más chiquitín que éste, todavía sin plumas, sólo el plumón blanco. Le daba de comer pollo en trocitos y me esperaba todas las noches en el patio hasta que aprendió a volar y se marchó. Siempre he pensado que alguno de los que siempre había en la torre de la iglesia desciende de aquel gavilán de mi infancia. 


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