Y éste es el último libro del año pasado que me quedaba por reseñar. Del total de 35 he leído 18 escritos por mujeres y 17 escritos por hombres, lo que, vista mi trayectoria anterior, es todo un logro. Ha sido necesario esfuerzo ya que se me hubiera limitado a elegir sin tener esa premisa en mente posiblemente hubiera seguido leyendo muchísimos menos escritos por mujeres. Los más vendidos, los más publicitados, los premiados... aunque cada vez hay más escritoras, los hombres siguen copando las listas de los periódicos que parecen retroalimentarse de los gustos de sus colaboradores, generalmente hombres. Pero, en fin, vamos mejorando.
Como le quedaban pocos días al año busqué para terminarlo un libro corto para poder llegar a fin de año sin prolongar su lectura en 2016 y me puse con éste sin darme cuenta que ya me pilla un poco mayor la literatura infantil. En cualquier caso está entretenido, aunque la trama sea sencilla y parezca querer aleccionarnos sobre la conveniencia de no decir barbaridades de las que podemos arrepentirnos porque la cosa puede tener mala solución.
La protagonista de la historia, Talía, es una niña que en medio de los problemas de pareja de sus padres, próximos a la separación, ha dicho a su madre palabras graves que en principio considera perfectamente justificadas ya que culpa a su madre de la situación de la familia.
Mientras medita sobre el tema en el banco de un parque, un señor mayor le recomienda que vaya al almacén de las palabras terribles cogiendo un determinado autobús ya que allí podrá aclararse.
Hace caso de la recomendación y en el almacén que da título al libro se encuentra con Pablo, un chico mayor que ella que ha tenido una bronca con el que hasta entonces ha sido su mejor amigo y considera definitiva la ruptura de la amistad que les había unido desde niños.
Ambos deambulan por las dependencias del almacén meditando sobre las palabras proferidas y las razones para hacerlo e informándose sobre las posibilidades que tienen de solucionar el problema minimizando las consecuencias del daño que sus palabras causaron, ello con diferentes actitudes ya que Talía parece estar arrepentida mientras Pablo se muestra más reacio a reconocer su responsabilidad culpando a su amigo y pensando que merecía que le hablara como lo hizo.
Paralelamente seguimos el devenir de las familias de Pabro y, sobre todo, de Talía ya que realmente nuestros protagonistas han sufrido un atropello y se encuentran en coma en el hospital. Cada familiar o amigo reacciona de manera algo diferente ante la situación y resulta clave la intervención de una de las enfermeras que les aconseja.
Las soluciones propuestas en el libro parecen un poco simplistas pero al fin y al cabo hay que tener en cuenta el público al que va dirigido, que hay que dar esperanzas a ese público infantil pese a que también deberían saber que no siempre hay un happy end.
Parece una mezcla de género fantástico y realidad cotidiana que puede servir para tratar con menores las relaciones de amistad y paterno/materno-filiales, los problemas de pareja de las personas mayores con las que se relacionan y cómo les afectan, la comunicación de situaciones de conflicto... Bueno, no está mal.
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