Pues si el primero que leí en 2021 no me gustó, éste no me debió dejar raya porque ni me acordaba de él y he tenido que andar buscándolo porque sabía que me había leído otro y no recordaba cuál. Me debió hacer gracia el título y, es lo que pasa, mucho título para poco contenido. Que esperaba divertirme y el humor no es precisamente el fuerte del autor. Claro, que qué espero de un suizo.
Si en el primer libro del año hacían de policías quienes no lo eran o ya no lo eran, en este segundo pretenden robar un banco quienes no son ladrones, menos uno que lo fue, pero está retirado. El caso es dejar de lado a los profesionales. Y así les va.
Lina Salviati, la hija de un antiguo ladrón (que pese a las habilidades que le presuponen en la novela, no se le debió dar bien el delito porque cumplió condena en prisión y no parece tener muchas reservas de dinero) se ha jugado hasta las pestañas y ha ido dejando deudas a troche y moche, pero, sobre todo, debe a alguien que tiene el poder de acabar con ella. Y una noche en el casino, tras quedarse sin un real, un guapo personaje le hace una propuesta para que pueda salir del apuro y pagar sus deudas al personaje de cuidado que, como las Sareb de los bancos, se ha quedado con su crédito.
Pero, el acreedor tendrá poder, pero dineros tampoco le sobran, porque también debe perras a un peligroso mafioso, así que se le ocurre la peregrina idea de que para que él pueda devolver lo que debe a quienes le presionan para el cumplimiento de sus obligaciones contractuales como beneficiario de cierto préstamo, pues que la hija del ladrón que le debe a él convenza a su padre para robar un banco. Que al ser suizo el autor de la novela, pues es un banco suizo, claro. Cosa de ná, vamos. Que digo yo que en vez de cinco millones de golpe podría atracar de a poquito y con menos riesgo, pero no, ¡a lo grande! Aunque tampoco es tan difícil porque es una remesa de dinerillo negro que cambia de banco y tienen que aprovechar la falta de seguridad que exige la necesaria discreción de la operación de blanqueo.
Y el caso es que la niña hace cienes y cienes de años que no se habla con su progenitor, así que, para convencerlo, y hacer creíble la presión, fingen un secuestro y hacen que la chica hable con su padre para que se sienta obligado a retomar sus trastos de robar. Y el padre, claro, pica. Porque no tendrá trato con su hija, pero, al fin y al cabo, es su hija.
No obstante, al padre, como buen exdelincuente, tampoco se le va la mosca de detrás de la oreja, así que pide la colaboración de un amigo detective, que además de ayudarle con el robo tiene que averiguar qué está pasando. Que lo raro es que no se den cuenta de que lo del secuestro no es demasiado real, sobre todo al principio, porque una cosa es que dejen hablar a la secuestrada como prueba de vida, y otra que se pasen al teléfono todos los días. Que hablan más cuando la hija está supuestamente secuestrada que antes de secuestrarla, que ni se tenían grabados en el WhatsApp.
Mientras planifican el robo, para lo que se toman su tiempo, el secuestro fingido se convierte en real y la situación resulta poco creíble, como poco creíble resulta el libro en general, sobre todo por la peña que se busca el ladrón para robar el banco, que no serían capaces de robar dos aceitunas en un bar. Tampoco la organización del robo queda muy clara ni la solución final tiene mucho que ver con el resto del relato, aunque es lo mejor (sin pasarse) del libro.
El caso es que la novela, que al principio me pareció que podía resultar entretenida, me aburrió soberanamente.