Querida Constitución: habrán pasado los años pero nos haces muchísima falta. Una inyección en vena de muchos de tus artículos podría poner fin a situaciones de injusticia ocasionadas por ignorarte sistemáticamente, sobre todo por esos poderes públicos que tienen la obligación de aplicarte como norma cumbre de nuestro ordenamiento jurídico. Que una cosa es predicar y otra dar trigo pero decir que se cree en algo y hacer absolutamente lo contrario no suele ser síntoma de una moral cívica coherente sino más bien de la desvergüenza más descarada y de una absoluta hipocresía. Quien tenga oídos que oiga y si le queda una mota de dignidad que obre en consecuencia y trabaje para la ciudadanía en lugar de mirarse el ombligo. ¡Viva la Constitución!
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