Menos las últimas, que ya me han pillado cuasienclaustrada con madre, me he visto casi todas las películas de Woody Allen, había leído un par de cosas ("Cómo acabar de una vez por todas con la cultura" y "Cuentos sin plumas") e incluso tengo un disco suyo ("Wild Man Blues") tocando el saxo con su banda de jazz, así que definitivamente debo decir que me gusta Woody Allen, así que me he vuelto a divertir con su "Perfiles", aunque debo reconocer que no es bueno leer relatos cortos del mismo autor todos seguidos porque se saborean menos. El próximo libro de relatos que tengo pendiente ("La vida difícil" de Slawomir Mrozek) lo leeré dejando varios días entre uno y otro mientras acabo con "La chica del tren" que creo que no me va a acabar de convencer.
Leer a Allen es como acompañarle en una de sus películas en uno de sus poliédricos monólogos mientras pasea por una exposición con Mia Farrow o Diane Keaton. De un tema a otro... sus temas, claro: sexo, libros, Dios, judaísmo, hipocondria, extraterrestres..., con su rico vocabulario, con un humor (negro las más de las veces) del absurdo a la lógica más aplastante y siempre muy divertido siguiendo las vidas y peripecias de unos personajes inventados absolutamente geniales.
Por ejemplo, en uno de los relatos "El experimento del profesor Kugelmas", este profesor de humanidades cansado de lo aburrido de la vida conyugal con su segunda esposa, contacta con un mago para que ponga exotismo en su vida y metiéndose en una especie de armario del tiempo junto con un libro el profesor vive una aventura con Madame Bovary, ello con los consiguientes problemas que ocasiona su aparición en el libro ya que los cambios que introduce en la vida de la protagonista del libro cambian la trama del mismo y, por tanto, la historia de la literatura.
En "La época nefanda que vivimos", un tal Willard Pogrebin que comienza el relato reconociendo haber disparado al presidente de los Estados Unidos, nos cuenta su vida en la que ha sido sometido a todo tipo de pruebas que harían las delicias de los seguidores de las teorías de la conspiración y que según él explicarían lo que acaba de hacer en lugar de haber acabado tocando a Mendelssohn en el contrabajo o bailando de puntas en alguna de las capitales del mundo, que habían sido sus primeras aspiraciones en la vida.
Copio el primer párrafo de "Justo castigo", otro de los "Perfiles" del libro para que comprobéis el parecido de la prosa de Allen con los diálogos de sus películas y la parte casi autodescriptiva del mismo y, por cierto, que recomiendo el libro, sobre todo si os gusta el autor (si no soportáis las películas de Allen, no abráis el libro).
"Que Connie Chasen sintiese recíprocamente por mí la atracción fatal que yo sentí por ella la primera vez que la vi, es un milagro sin precedentes en la historia de Central Park West. Alta, rubia, de altos pómulos, actriz, erudita, encantadora, irrevocablemente alienada, provista de un ingenio mordaz y observador sólo comparable en su poder de fascinación al húmedo y lascivo erotismo que sugería cada una de sus curvas, era el desiderátum por excelencia de todos los jóvenes de la fiesta. Que ella se liase conmigo, Harold Cohen, veinticuatro años, nariz larga, voz quejumbrosa, escuálido y dramaturgo en ciernes, era como poner un rebuzno al lado de una sinfonía. Es verdad que tengo cierta facilidad de palabra y puedo sostener una conversación sobre un repertorio amplio de temas, pero me pilló de sorpresa que aquella soberbiamente proporcionada aparición reparase en mis exiguas dotes de forma tan rápida y completa".
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