Harold Fry lleva apenas seis meses jubilado de su aburrida vida laboral como comercial en la fábrica de cerveza de la localidad inglesa de Kingsbridge, del distrito de South Hams en el condado de Devon. Su vida conyugal no parece tampoco muy divertida en la vivienda unifamiliar en la que viven. La pareja, que sólo tuvo un hijo, parece poco feliz. Maureen está obsesionada con la limpieza y minusvalora a su marido, a quien considera poco menos que un estorbo desde que se jubiló.
Un día Harold recibe una carta en un sobre rosa enviada por Queenie Hennessy desde una residencia para enfermos terminales para despedirse de él porque tiene cáncer y le queda poco tiempo de vida. La remitente es una antigua compañera de trabajo con la que Harold hace años que no tiene contacto.
Al principio nuestro protagonista se sorprende e intenta solventar la situación con unas míseras líneas en una carta en la que lamenta la situación de Queenie y sale a echar la carta al buzón del final de la calle. Mientras camina se va arrepintiendo de no haber escrito algo más y decide saltarse el cercano buzón y dirigirse al siguiente y luego a la oficina de correos y después a la siguiente hasta que, tomando un tentempié en una gasolinera y hablando con la chica que trabaja en ella y le dice que hay que tener fe y ser positivos, decide que lo que debe hacer es llevarle la carta en mano a Berwick-upon-Tweed, la localidad en la que está ubicada la residencia en la que su amiga pasa sus últimos días, al norte, justo en la frontera norte de Inglaterra para lo que debería cruzar toda la nación guiado por la idea de que así conseguirá frenar la enfermedad de Queenie. Llama a la residencia para hacerle saber que camina hacia allí y luego más tarde a su mujer para comunicarle su decisión, dejándola por supuesto sorprendida e incrédula.
Harold, sin costumbre de caminar, ya con unos añitos a sus espaldas y sin ropa ni calzado adecuado (sus famosos náuticos) sigue andando, sin equipaje ni móvil, con intención de cruzar Inglaterra de punta a punta.
El libro relata el viaje y al principio me pareció que sería una especie de guía de viajes por Inglaterra sin mucha sustancia pero es mucho más. Vamos conociendo el periplo de Harold que llama cada noche a su mujer, quien sigue atónita y celosa el viaje de su marido en un panel que improvisa su vecino de enfrente, recientemente viudo. Maureen no entiende qué pretende su marido y teme que acabe con los ahorros familiares. Siguiendo los pensamientos de la esposa y del propio Harold vamos poco a poco conociendo la problemática familiar y las relaciones con el hijo y las razones últimas del viaje.
Al principio el camino resulta muy difícil para Harold no sólo físicamente, que también, sino por su forma de ser, terriblemente inglesa, que le impide un excesivo intercambio de palabras con la gente a la que no conoce, pero poco a poco se va abriendo e igual que aprende a curarse las heridas de los pies, va cambiando su manera de relacionarse con la gente, va hablando con quien se encuentra e intercambiando experiencias hasta que decide que para que lo que se propone funcione realmente debe dejar de usar sus ahorros y vivir de lo que la gente le de, dormir en lugares abandonados o donde le dejen pasar la noche o incluso a la intemperie y de esta forma va dejando atrás la mochila de su vida.
Harold conoce gente muy amable y personas que asumen su propuesta y le siguen casi como si fuera un Forrest Gump para intentar salvar a su amiga pero también algunos que aprovechan la publicidad que comienza a tener la gesta, a raíz de la publicación de una fotografía en una red social, para sus propios fines.
Paralelamente a la evolución de Harold vamos conociendo la tragedia familiar subyacente y cómo su esposa también va cambiando de actitud ante el viaje de su marido y sobre el propio Harold. También sabemos por qué éste se considera obligado a ver a Queenie.
El libro cuenta un viaje real y una evolución paralela al viaje, una experiencia vital del protagonista y de su mujer que les lleva a replantearse su relación, su vida y muchas cosas que habían dado por sentadas. Y a veces también nos hace replantearnos cosas a quienes leemos.
Aunque tiene una parte que se me hizo un poco aburrida porque creía que el libro iba a ser solo el aburrido viaje de un aburrido jubilado por su aburrida tierra, poco a poco la novela me acabó enganchando y me uní a Harold en su "peregrinaje". Hacía mucho tiempo que no lloraba la final de un libro y, aunque me da un poco de vergüenza escribirlo, acabé haciéndolo. Tal vez me pilló un poco bajilla de moral.
Creía que no había leído nada de esta autora aunque me resultaba familiar su estilo y, sobre todo, su forma de ocultar la tragedia subyacente en el argumento tras una vida aparentemente normal casi hasta el final, hasta que recordé que al final del año pasado leí otro libro suyo. Es otra diferencia entre leer en papel o leer en libro electrónico, que cada vez que coges un libro eres consciente de su título y del autor o la autora, de la ilustración de la portada e incluso, echando un ojillo, repasar otros títulos suyos. Es lo que no acaba de gustarme del ebook, que físicamente parece que siempre estoy leyendo el mismo libro.
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