domingo, julio 08, 2018

Vigésimo tercer libro 2018: "La investigación", de Philippe Claudel.

Muy bueno. Un libro para pensar, para repensarnos en nuestra sociedad, para dejar de funcionar en piloto automático, mirar alrededor y tomar decisiones por nuestra cuenta. 
Me ha recordado mucho, mucho "El Castillo" de Kafka, que releí hace años cuando Esteban, un compañero de oposiciones (que imagino andará ahora de magistrado por alguna Audiencia) me regaló "América y otros relatos", también de Kafka, y que juntos y con la inestimable ayuda de "La insoportable levedad del ser" acabaron de hacerme inaguantable la insoportable pesadez de las Judicaturas, obligándome a replantearme las cosas y dejar las oposiciones para dar un pequeño salto al vacío.
No había leído nada de Philippe Claudel pero no es mal momento para empezar.
En esta novela de personajes sin nombre, en una ciudad inhóspita con características, e incluso climatología, distintas según sea de noche o de día, en un ambiente opresivo, agobiante y alienante, el protagonista, muy a su pesar, es El Investigador; un hombre gris que se baja del tren un atardecer lluvioso con una misión que cumplir: realizar una investigación en La Empresa en relación al alto número de suicidios detectados entre los empleados.
Desde el minuto uno las cosas no funcionan como El Investigador está acostumbrado a que lo hagan, nadie le espera en la estación como estaba previsto y todo se pone en su contra para iniciar su tarea. El Investigador nos parece un hombre metódico, quizás demasiado, como demasiado funcionario, demasiado acostumbrado a que los engranajes del sistema funcionen de forma automática sin desvíos. Está tan seguro que vendrá un coche a buscarlo que se queda de pie esperando y se pone como una sopa hasta que llega a la conclusión de que se han olvidado de él. Y los engranajes de su historia sólo han comenzado a desviarse poco a poco.
Vemos algo raro desde el principio porque el Investigador no parece ser la persona más decidida del mundo y no se acaba de dar cuenta que ya no está en su esquema de trabajo ni de vida hasta demasiado tarde, aunque las circunstancias son las que son y no parece poder hacer otra cosa porque en su esquema no entra el absurdo, protagonista principal.
Sin batería en el móvil, poco a poco va discurriendo por una ciudad que le resulta hostil hasta lo indecible, desde el bar en el que entra al principio. La ausencia de taxis, de personas, de establecimientos abiertos le hacen deambular bajo la lluvia y la nieve, calado hasta los huesos, dando vueltas, perdido, aterido y solo hasta que da con La Empresa, una enorme mole que parece dominar la ciudad y a la que desde cualquier sitio parece poder llegarse aunque sólo para dar contra el muro que la rodea sin que encuentre la puerta y para no poder entrar cuando la encuentra protegida como un búnker y sin que se le permita entrar por cuestiones burocráticas.
La nochecita toledana del Investigador nos llega a agobiar mucho, tanto que incluso, en pleno mes de julio, sentía el frío que debía estar pasando y la desesperación de buscar un hotel o cualquier refugio y no encontrarlo. Y cuando encuentra hotel, el rechazo, la locura del lugar, las escaleras, la habitación, sin baño... La situación no resulta en modo alguno normal, pero hemos acompañado al Investigador en su agonía nocturna y, como a él, ya todo nos parece creíble.
A la mañana siguiente, ya con sol, El Investigador, hecho un cromo debido a la noche anterior, vuelve a emprender su misión y entonces el agobio es otro no menos absurdo que el de la noche anterior: la calle está llena de gente en las aceras que caminan todos en la misma dirección, acera arriba los de una y acera abajo los de la otra, y la calzada llena de coches, sin que El Investigador pueda cruzar la calle para llegar a la Empresa hasta que aparece en escena El Policía.
El libro hay que leerlo, no os puedo contar mucho más sobre la experiencia de El Investigador en La Empresa porque temo descubrir cosas que deben descubrirse leyendo pero la situación de extrañeza, agobio y pérdida no desaparece en ningún momento ni siquiera al final digno de La Cabina, de José Luis López Vázquez.
La novela da para mucho: el poder, la alienación, lo intercambiable o prescindible de las personas en las organizaciones, trabajos o funciones, la falta de empatía, la desesperanza,... Si estáis un poco depres o vuestro trabajo no acaba de ajustarse a vuestras expectativas, dejaría el libro hasta que no os afecte demasiado. Pero, en cualquier otro momento, os animo a leerlo. Y en todo caso, volver a las fuentes: Kafka, Kafka, Kafka.
Nota: por cierto, que he buscado a Esteban por la web y efectivamente es magistrado aunque no en la Audiencia, es titular del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria nº 6 de Barcelona y se conserva bastante bien, según se le ve en una foto de una ponencia que impartió el año pasado en unas Jornadas de Derecho Penitenciario del Colegio de Abogados de Barcelona.

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