Mi debilidad por Mendoza no me deja obviar nada de lo que publica y si además lleva un gato en la portada (otra de mis debilidades) pues mejor que mejor para que comprara "El rey recibe" el último día del año pasado. Y debo decir que no me ha defraudado aunque he visto comentarios para todos los gustos, como por ejemplo que la historia no termina y que no pasa realmente nada de relumbrón al protagonista. Pero ¿y qué si la historia no termina? ¿Es que la vida supone una trama con inicio, desarrollo y fin en cada cosa que nos pasa? Vivimos, avanzamos, retrocedemos, contemplamos, sufrimos, pero sin una trama concreta; paseamos o corremos por la vida a veces sin dirigirnos a ningún sitio y dando bandazos por donde las circunstancias nos llevan. Pues eso hace el protagonista, vivir como puede, aprovechar las oportunidades y aprender o no de las experiencias. Que estamos de acuerdo que no es un personaje terriblemente atractivo y con voluntad, pero quién lo somos.
A mi el libro me ha gustado mucho y Rufo Batalla, nuestro conductor más que protagonista, me ha retrotraído a mis lecturas de Instituto, y me ha recordado sobre todo al Manuel de "La busca" de Baroja, que me gustó con locura y que me costó una pasta en la edición Caro Raggio pese a que se desencuadernaba con mirarla, y al Gabriel de la primera serie de los "Episodios Nacionales" de Galdós.
Rufo Batalla, Licenciado en Lenguas Germánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona, con la cabeza imbuida de lecturas izquierdosas, regresa a la España todavía franquista tras disfrutar, o sufrir, en Londres de una beca de estudios y, enchufado por recomendación de un pariente, comienza a trabajar de meritorio en un periódico dedicado a las notas de sociedad. Como es el único que se defiende en inglés, un verano, con muchos compañeros de vacaciones y sin mucho que publicar ni otro periodista de más renombre al que echar mano, el periódico le envía a Mallorca a dar cobertura a la boda de Tukuulo (tal cual) de Livonia, el supuesto exiliado heredero sin trono de una supuesta dinastía europea a orillas del mar Báltico (entonces ya república socialista con gobierno títere de Rusia) con Elisabeth de Montcrecy, una supuesta dama de la supuesta alta sociedad. Todo muy supuesto pero cualquier parecido de la historia con la realidad puede ser siempre más que una mera coincidencia.
La primeras peripecias de Rufo en Mallorca me recordaron a mi loco mendociano por excelencia de "El laberinto de las aceitunas" con la diferencia que Rufo siempre parece acabar duchándose. Pero Batalla no acaba siendo un personaje tan estrafalario y aunque se pierde la boda el novio acaba concediéndole una entrevista, cosa que no ha conseguido ningún otro periodista, y convirtiéndole en su amigo personal.
Rufo no tiene grandes aspiraciones ni en lo personal ni en lo profesional. Tiene una novia a la que parece querer dejar a cada rato y esporádicas relaciones (alguna bastante peligrosa) que no le cuesta entablar pero que no generan en la parte contraria deseos de continuidad. Y en lo profesional parece conformarse con poco. Deja Barcelona y el periódico para ocuparse de la fundación de Gong, una revista gráfica en Madrid y luego emigra a Nueva York empleándose en la delegación de la Cámara de Comercio".
Pero da igual qué empleo o con quién se relacione Rufo Batalla porque lo realmente atractivo de su periplo es la historia, bueno la Historia, con mayúsculas, por la que discurre. Eduardo Mendoza utiliza a su personaje para adentrarnos en la España (y el mundo) de los años setenta con una maestría digna de encomio. Como quien no quiere la cosa, como vivimos los personajes anodinos la Historia, como sin darles importancia, aporta datos, cuenta anécdotas y genera una atmósfera que nos retrotrae a la época y nos cuenta qué pasaba esos días. Frente a eso qué más da que no haya un fin claro. Yo no quiero que haya fin, quiero que Rufo Batalla siga viviendo, siga transitando por su época y que Mendoza nos lo siga contando. Que vivamos la cultura, las experiencias, las ideas, las tragedias del momento por el que deambule Rufo y profundicemos en ello disfrutando de la forma de escribir de uno de mis autores preferidos.
Pero da igual qué empleo o con quién se relacione Rufo Batalla porque lo realmente atractivo de su periplo es la historia, bueno la Historia, con mayúsculas, por la que discurre. Eduardo Mendoza utiliza a su personaje para adentrarnos en la España (y el mundo) de los años setenta con una maestría digna de encomio. Como quien no quiere la cosa, como vivimos los personajes anodinos la Historia, como sin darles importancia, aporta datos, cuenta anécdotas y genera una atmósfera que nos retrotrae a la época y nos cuenta qué pasaba esos días. Frente a eso qué más da que no haya un fin claro. Yo no quiero que haya fin, quiero que Rufo Batalla siga viviendo, siga transitando por su época y que Mendoza nos lo siga contando. Que vivamos la cultura, las experiencias, las ideas, las tragedias del momento por el que deambule Rufo y profundicemos en ello disfrutando de la forma de escribir de uno de mis autores preferidos.
Con la novela, además, si queréis investigar un poquito, conoceréis a un montón de autores y libros que os pueden animar a nuevas lecturas ya que los capítulos de "El rey recibe" aparecen encabezados por una frase en cursiva que puede estar en castellano o en otro idioma o lengua que introduce lo que va a contarse pero que son textos extraídos de otras obras, desde la primera en inglés tomada de "Tarzán de los Monos" de Edgar Rice Burroughs, pasando por Herodoto, Montagne, Montesquieu, Rimbaud, Valle-Inclán y algún trozo de un villancico. Genial.
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