sábado, noviembre 16, 2019

Vigesimoséptimo libro 2019: "La novia gitana", de Carmen Mola.

El título, la portada, las disquisiciones sobre si el seudónimo "Carmen Mola" tiene detrás un escritor o una escritora, tal vez la publicidad, a la que tampoco puedo sustraerme... no se, pero tenía pendiente "La novia gitana" desde que se publicó, así que al pasar delante de la Imprenta Moderna y sentir de nuevo la tentación de toquetear libros para llevarme alguno, no pude sino dejarme llevar.
No voy a decir que me decepcionó porque se trata de un libro bastante adictivo que no puedes parar de leer hasta que acaba, pero tampoco me pareció el libro del año y me recordaba más a autores americanos y series que a una novela española y, con sus diferencias, tampoco muy lejos de algún capítulo de Mentes Criminales. Aunque como por aquí, gracias a Dios, andamos cortos de asesinos en serie (si obviamos las bacterias hospitalarias), sólo hay dos cadáveres y no buscan la autoría a base de perfiles criminales sino a la antigua usanza: siguiendo pistas y dando palos de ciego hasta que aciertan con la cabeza adecuada.
En las tres primeras páginas de la novela un niño está encerrado a oscuras con un agresivo perro. no sabemos dónde ni por qué, ni él tampoco. En la cuarta página acompañamos a Susana Macaya, la novia gitana del título, en su despedida de soltera, en la que no se siente demasiado cómoda por la celebración en sí y porque ha faltado su mejor amiga. Y menos cómoda que se siente cuando recibe un golpe para ser luego brutalmente asesinada, como lo fue hace años su hermana: haciéndole tres agujeros en el cráneo y metiendo dentro gusanos que se lo van comiendo.
El resto del libro es la investigación de la que en principio se ocupan los policías de la zona donde aparece el cadáver, la Quinta de Vista Alegre en Carabanchel. El subinspector Ángel Zárate lleva poco tiempo en la comisaría y menos que le dura entre las manos el caso porque, cuando todavía están decidiendo si la víctima está ya muerta o no y con el susto en el cuerpo viendo salir gusanos de la cabeza de Sunana mientras esperan a la Científica, se persona en el lugar para asumir la investigación la Inspectora Elena Blanco, de la Brigada de Análisis de Casos (la BAC), algo así como la de Análisis de Conducta del FBI pero a la española. (Sin nada que ver, supongo, con la ya disuelta por escándalo Brigada de Revisión de Casos). La intervención de esa unidad se produce debido no solo a la coincidencia de la muerte en el modus operandi de este caso con el del asesinato de su hermana, sino al hecho de que el asesino está cumpliendo condena, con lo que si se demuestra que es la misma persona quien ha matado a las dos chicas, habría un inocente en prisión y tendrían no uno sino dos crímenes por resolver.
El Equipo de la BAC tiene su sede en un piso de un anodino edificio que nadie parece conocer y, capitaneado por Elena, está formado por el forense Buendía, la agente Chesca, procedente de la Brigada de Homicidios y Desaparecidos y con un genio endiablado, Orduño, antiguo Geo y Mariajo, la que controla los ordenadores y el hackeado cuando hace falta. Pues eso, como en Mentes Criminales. Además tienen un jefe ausente pero que manda y al que, además de colgarse las medallas de los éxitos de la Brigada, le gusta comer en sitios carísimos: Rentero.
La inspectora, como no, tiene un problema que al principio no conocemos, pero que hace que tenga en su privilegiado balcón a la Plaza Mayor de Madrid una cámara para controlar el acceso a la misma. Tiene un genio bastante vivo, bebe grappa como si no hubiera un mañana, se echa algún porro que otro, canta en los karaokes canciones de Mina y le gusta montárselo en todoterreno en aparcamientos subterráneos. Pero, como policía, es bastante espabilada y controla a su equipo de manera eficaz.
Desde el momento en que lo apartan de la investigación, Ángel Zárate pretende bacinear en la Brigada, de cuya existencia dudaba hasta entonces, y acaba uniéndose al equipo y a la cama de la jefa. No sólo le lleva en interés policial sino que su "mentor" en la policía, ahora con alzheimer, fue el detective encargado de la primera investigación y se siente obligado a defenderle cuando se generan dudas sobre la culpabilidad de Miguel Vistas, el hombre que fue condenado por el primer asesinato.
La novela, en algunos tramos bastante truculenta, sobre todo al final, tiene como dos historias que, por supuesto, convergen en el desenlace, cosa que no hay que ser un experto en novela negra para esperar: la del niño y el perro y la investigación del asesinato de Susana que se desdobla en dos con las dudas de la autoría en la muerte de su hermana.
Como buena novela policíaca (mala no es, ni mucho menos) vamos acompañando a los polis y siguiendo los bandazos de la investigación que pasa sobre todo por la familia de la víctima, sobre todo su padre y sus tíos, que no llevan una vida tan "limpia" y que no asumieron que su compadre se casara con una "paya". Se vuelve a revisar el caso antiguo para aclarar si hay un inocente preso o un imitador en la calle que no tiene nada que ver con el asunto antiguo.
Para seguir con el mimetismo de la novela con las series americanas, los abogados no salimos bien parados. Supuestamente el condenado por el primer asesinato había sido defendido por un abogado de oficio que no estuvo en su mejor momento en el juicio y toma las riendas de su defensa un superabogado que no se sabe cómo se ha enterado de la nueva muerte y se autocontrata a cambio de la mitad de la indemnización que conseguirá su nuevo cliente cuando demanden al Estado por el tiempo que ha estado en prisión. ¡Viva la cuota litis y el "no win, no fee" americano! Si total los códigos deontológicos están de capa caída en el nuevo sistema de libre y despiadada competencia entre los grandes despachos y los pobres desgraciados que malvivimos del ejercicio de la profesión a duras penas. En fin, que no sale bien parado ni mucho menos el turno de oficio ni la profesión en general.
Pues nada, que palos de ciego por aquí, palos de ciego por allá, pelo encontrado milagrosamente donde convenía, fotografía colocada en la estantería en la que no debía estar, meteduras de pata por ambos lados...después de trescientas y muchas páginas averiguan quién es el culpable y la inspectora se mete la tela de araña solita llegando a la página cuatrocientos tres de puro milagro en el más truculento y dramático final que haya soportado nunca. Entre otras cosas porque cuando veo que la cosa va así dejo el libro, pero aquí no era cuestión con las pocas páginas que quedaban.
Esto... que sí, que te comes las uñas y avanzas sin darte cuenta que son las tantas y sigues leyendo; pero que no se me iba de la cabeza en ningún momento que el libro no era para nada original, que ya lo tenía todo visto en capítulos de muchas series. Eso, sí, entretenido es un rato, aunque, además de los de los abogados, me sienta mal que oculta datos de uno de los personajes, lo que supone hacer mucha trampa y no os cuento más.
P.D. Por cierto, que yo creo que es un hombre quien ha escrito el libro. Me pega más. Me ha recordado la sensación que sentí al comenzar la lectura del primer libro de Yasmina Khadra que cayó en mis manos, que no me pegaba una Yasmina, hasta que me enteré que detrás del relato estaba un Mohammed.

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