domingo, diciembre 29, 2019

Y trigésimo libro 2019: 'Lethal White' ("Blanco letal"), de Robert Galbraith (J.K. Rowling).

No voy a perder mucho tiempo con la reseña de este último libro de J.K. Rowling (como su alter ego Robert Galbraith) porque bastante tiempo he perdido ya leyéndolo e intentando digerirlo.
Mediocre, insulso, desordenado, sin sustancia, aburrido hasta el tedio, malo hasta decir basta y encima laaaarrrgoooo.
Sin una trama coherente, sin argumento sólido ni siquiera seguible, con varias vías insustanciales. Ni policial, ni detectivesco ni siquiera domestic noir. 
Un bodrio en el que los protagonistas se limitan a conversar con supuestos sospechosos y aparentes testigos pertenecientes a una desestructurada familia o relacionados con ella de una u ora forma hasta matarnos de aburrimiento. Y no penséis en una familia desestructurada pobre pidiendo ayuda a los servicios sociales, que se trata de la familia de un ministro de la Corona (la británica, of course) que se ve inmersa en un supuesto chantaje por no sabemos qué, ni maldito lo que importa, ya puestos. 
No hay casi ni caso. Un joven con problemas mentales aparece un día en la oficina de Cormoran Strike contándole que cuando era pequeño vio que alguien, que no sabe quién, estranguló a un niño, o a una niña, que tampoco lo tiene claro, y lo enterró o la enterró en una manta rosa en una hondonada junto a una casa de una finca propiedad del ministro que a renglón seguido contacta con Strike para contratarle porque le están haciendo chantaje por algo de su pasado que no quiere contar pero que cuando lo hizo era enteramente legal. Pues eso, que las casualidades no me gustan... ¡toma, dos tazas!
Como los honorarios que esperan cobrar del ministro serán sustanciosos, Robin, más conocida ya que el pupas por los anteriores casos de la serie, se infiltra en el ministerio de incógnito, sin que nadie se entere, con la finalidad de encontrar algún trapo sucio del que acusar al marido de otra ministra que es de quien se piensa que puede venir el chantaje. Y, no se cómo estarán organizados los ministerios británicos, pero que el marido investigado de la ministra y el ministro contratante de la primera parte que ordena la investigación tienen la oficina en el mismo pasillo. Pues eso
Entre col y col, como quien no quiere la cosa el ministro aparece muerto pero la cosa pinta a suicidio así que sigue sin haber caso, pero la hija quiere acusar a su madrastra de la muerte... que sí, que ni con palomitas se traga uno la cosa, pero así va. 
Una hija de la ministra (que por cierto es ciega) que se suicidó, una segunda esposa del ministro que está como las maracas de Machín y despechada porque el ministro la desprecia, una antigua amante italiana que no sale en el libro pero con la que el ministro tuvo un hijo que no reconoció, pero que pese a no estar reconocido está más alrededor de su padre que los inscritos en el Registro Civil (o como se llame en England), y además es superguapo, un antisistema que en su día vivió en la finca del ministro, un montón de personajes anodinos y simples que mantienen largas conversaciones con Robin o Cormoran (sin mencionar siquiera la palabra abogado), que ninguno de mis clientes de oficio suelta la lengua ni una mínima parte, ni conmigo que se supone que los defiendo, pero se ve que en Inglaterra, con aquello de que son protestantes y no tienen confesionarios, pues deben echar de menos la cosa y le cuentan a cualquiera cualquier cosa.
Personajes que aparecen, desaparecen, hablan, cuentan y, esencialmente, despistan para que no sepamos quién tiene que ver o no con la cosa. Total como si ya no nos despistara el libro en sí, que no hace falta mucho despiste para perderse y acabar resolviendo la historia sobre presupuestos que no han aparecido antes en la novela, trampa que me sienta cada vez peor. Ah, y caballos de verdad y de mentira que sobrevuelan la historia sin ton ni son desde el mismo título de la novela.
Y los dos investigadores con problemas sentimentales y de salud. 
Robin con trastorno de estrés postraumático después de su última aventura, con ataques de pánico cada tres páginas que intenta ocultar a su socio y a su marido, que a ver si rompe ya para siempre con él, que lo tenía que haber dejado de novio y la cosa huele. 
Y Cormoran, que después de varios libros sin que la pierna le diera guerra en exceso, cuidado que está blando en este último, cojeando todo el rato y al borde del colapso y en lo amoroso, aunque pensábamos que en la primera parte del primer libro ya había olvidado al supuesto amor de su vida, Charlotte reaparece como el Fénix influyendo en la tensión sexual no resuelta entre los protagonistas, que no se por qué siempre tienen que jorobar el asunto con eso, que parece que no pueda haber socios que sólo sean compañeros de fatigas. Que acaban cargándose lo policíaco y a este paso la Rowling se va a tener que dedicar a la novela romántica, que tampoco parece que se le de muy bien, porque es bastante sosa.
Y todo ello en el marco de las Olimpiadas de Londres, que si mal no recuerdo fueron en 2012, así que si "El canto del cuco" se publicó en 2013, igual la Rowling fue escribiendo de corrido y éste le quedó en un montón de argumentos desechados que luego ha publicado sin la necesaria relectura, y sin que su editor se haya metido en faena, que sobran por lo menos tres cuartas partes del libro. Claro que a ver quién le pasa las tijeras a la Rowling.
En fin, que compré el libro en inglés cuando salió y lo dejé en la boda con la que comienza. Lo volví a coger y lo volví a dejar pocas páginas después y a la tercera por poco la acabo, que creía que era el idioma y acabé consiguiendo la novela en castellano y era casi peor, porque no tiene el aliciente de buscar palabras en el diccionario. No era el inglés, era el libro, que es muuuu maaaalo y a este paso se carga a los personajes. Yo de momento, si hay un siguiente, salvo que me juren sobre la Biblia que es mejor, les hago provisionalmente la cruz, por lo menos hasta que se me olvide la sensación de estafa que me ha dejado éste. Y "yastá", que eso que no iba a perder tiempo con la reseña.
Feliz año nuevo lleno de buenos libros (y malos, qué se le va a hacer, que para que destaquen algunos habrá que leer muchos de los otros).

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