domingo, enero 26, 2020

El quinto de 2020: "Mi marido es de otra especie", de Yukiko Motoya.

Me había llamado la atención el título y nada más verlo recordé el de los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, pero al saber que la autora es japonesa perdí la esperanza en que se tratara de un libro de humor (¿no utilizarán el humor los japoneses o es que he elegido los libros equivocados?).
Después pensé que podía tratarse de una crítica al matrimonio (que algo de eso tiene), o incluso un libro de ciencia ficción, así que lo comencé un poco por ver y la verdad es que no me ha convencido. Otro título bien elegido que resulta mejor que el contenido de la obra.
Son cuatro cuentos, aunque el que da título al libro ocupa casi toda su extensión. Los otros tres ("Los perros", "El baumkuchen de Tomoko" y "El marido de paja") tienen apenas unas páginas.
En "Mi marido es de otra especie" la autora trata muchos temas relacionados con la vida en pareja y las relaciones humanas pero el relato evoluciona hacia un relato surrealista que no acaba de convencerme. Además no me acaban de resultar coherentes las historias paralelas de la vecina y su gato o de la subasta del frigorífico, si bien contribuyen a fomentar la idea de la vida anodina, aislada y sin mucha relación con nadie que lleva la protagonista y que puede hacerse extensiva a las relaciones en ciudad o en edificios grandes sin apenas trato entre las personas.
La protagonista de la historia es una mujer joven que, pese a ello, ha dejado de trabajar al casarse. Su marido, para el que este matrimonio ya son segundas nupcias, nos aparece como un hombre poco atractivo que impone unas condiciones de convivencia desde el primer momento que parecen poco sugestivas para unos recién casados: quiere ver la televisión un mínimo de tres horas al día y, sobre todo, ver su programa favorito (que no es precisamente "La Clave"), mientras se toma un whisky con soda. No parece desear que su mujer tenga una vida social demasiado amplia y la prefiere en casa intentando convencerla de que se avenga a sus gustos personales.
Un día, mientras clasifica fotos, la esposa repara, y así comienza el relato, en que su cara s había vuelto idéntica a la de su marido y empieza a observarle para comprobar las similitudes e incluso lo comenta con una vecina que parece su única conocida en el bloque y que tiene un gato que se hace pis por todos los rincones de la casa.
La dueña del gato le dice que coloque una piedra entre ella y su marido en la cama para evitar que poco a poco, como dos serpientes que se mordieran la cola una a otra, vayan difuminándose las personalidades de ambos.
El marido que comienza el libro con trabajo, se da de baja y acaba pasando todo el día en casa pretendiendo que poco a poco su esposa tampoco salga, dedicándose a cocinarle rebozados que la obliga a comer, cada vez con más insistencia y en más cantidad, y convenciéndola para que vea la tele con él y se sirva también una copa.
Paralelamente, la dueña del gato y su marido deciden abandonarlo porque no hay forma de que deje de "perfumar" la casa con sus micciones y allá que se van ambos, con nuestra protagonista y el minino a buscar al felino un lugar en la montaña en el que un gato casero y de ciudad pueda sobrevivir.
La relación entre los cónyuges va tomando tintes kafkianos hasta llegar a un final que en algún sitio he visto definido como mágico. A mi me pareció un poco estúpido, la verdad, pero vistos los otros cuentos esa rareza de los fines y la deshumanización de los personajes debe ser marca de la autora.
Pueden aprovecharse muchas cosas del libro y analizar cómo se van difuminando las diferencias entre las personalidades de los cónyuges perdiendo su identidad en favor de la del otro y, en el caso del libro que reseño, en perjuicio de ambos.
Lo dicho, no me ha acabado de convencer y los demás relatos me han dejado menos huella todavía, tan poca que he tenido que mirar el libro para saber cómo se titulan.
En definitiva, que la literatura japonesa no creo que tenga conmigo grandes posibilidades, aunque yo sigo insistiendo, lo que ya es masoquismo.

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