Esta vez me tocó "Cerdeña y el mar", un libro que me hizo ilusión porque me gusta contar los viajes e incluso a veces escribir sobre ellos, aunque he pasado muchos años sin viajar nada y ahora que podría no nos dejan.
Pero este libro no es un libro de viajes como otros que relatan lo que el escritor ha visto en su recorrido. Bueno, es y no es un libro de viajes, lo que no es es una guía de Cerdeña, que es una isla que querría conocer pero con este libro lo único que aparece son las impresiones del autor, la más de las veces con unos prejuicios muy acentuados, sin acabar de describir en demasía los paisajes, salvo en la influencia que tienen en el estado de ánimo del autor.
Siempre se hace la diferencia entre turistas y viajeros, despreciando a los primeros ("esto es Londres, hoy es martes") en favor de los segundos a los que se envuelve en un halo de romanticismo y cultura.
Si no hubiera tenido que hacer esta reseña del libro, creo que lo hubiera dejado tras leer el prólogo, que me pareció de un cursi subido y escribiendo más de lo que dice saber de la pareja del autor, a la que desprecia y critica, que de la obra.
Y el libro no está mal pero todo el rato me sobrevuela la idea de que el narrador es un snob de tomo y lomo que se cree, o se sabe, más culto, a la manera inglesa, un viajero, superior en definitiva, aunque nos se diferencia mucho de los turistas salvo por el hecho de tener más tiempo que quienes sólo se pueden permitir una semana de vacaciones en un viaje organizado. El libro lo salva lo bien que escribe Lawrence, aunque se nota que lo escribió en un pispás sin corregir las repeticiones de palabras.
Cerdeña y el mar relata un viaje del escritor D.H. Lawrence, inglés de profesión, con su "abeja reina", que no es otra que su mujer, de la que en el libro no llegamos a saber su nombre pero que no era otra que la baronesa Emma Maria Frieda Johanna Freiin von Richthofen, que se fugó con él abandonando a su marido e hijos, pecado capital éste por su condición de mujer, que si un tío se va a por tabaco y no vuelve parece menos grave. Total para acabar siendo la abeja reina de un zángano que critica de holgazanes a quien ve un momento sin hacer nada, como si él estuviera picando piedra.
La pareja vivía no se si temporalmente o con carácter estable en Sicilia y el libro relata el viaje que realizan por la isla de Cerdeña, primero en barco, del que Lawrence critica absolutamente todo menos el horizonte. No le gusta la comida, los marineros son todos unos holgazanes, le molesta absolutamente todo. Luego vamos conociendo el itinerario que realizan parando en diversos pueblos de los que ensalza a veces el paisaje pero critica bastante a sus gentes, mostrando unos prejuicios que pretende constatar en la práctica. Los sardos son así, los italianos se comportan de aquella manera, lo siciliano es... Y así a veces resulta muy profundo pero, las más, de una superficialidad pasmosa. Pero claro, era inglés. Y aunque también despreciaba cosas inglesas, siempre compara y parece que infravalora lo que está viendo. No obstante, el autor demuestra un ojo clínico interesante para analizar la realidad histórico-política de la isla y, por extensión, de Italia.
Me ha costado acabar el libro no porque no se lea de forma ágil, ni porque no tenga calidad literaria. Al contrario. Pero es uno de esos libros que prefiero leer más despacio porque si no me parece que estoy leyendo lo mismo todo el rato, así que leer sobre la llegada a Cagliari, dejar unos días y seguir luego el recorrido en tren hacia otra población, dejarlo otros días y acompañar a la pareja a Nuoro, Terranova u otro pueblo, donde seguro que Lawrence seguirá criticando a su abeja reina cuando intenta confraternizar con algún paisano. Él va de superior y, aunque habla de dinero porque no le debía sobrar, no le gusta que ella comente los bajos precios de ciertas cosas y a veces no le gusta ni que hable.
Está visto que al autor le gustan más los pueblos de lejos y desde luego le gustan poco sus gentes a las que siempre critica y a las que juzga antes de conocerlas y, cuando las conoce no cambia su opinión previa sobre ellas. De lejos le parece bonito, de cerca nada le parece bien, que si la calle tiene barro, que si el hotel es cutre, que si se come mal. No parece disfrutar mucho en general.
Pero, en definitiva, es un libro interesante y, al fin y al cabo, quién soy yo para juzgar las impresiones de una persona. Son suyas y ya está. Se toman o se dejan. Fue lo que él experimentó, disfrutó y sufrió durante unos días. Si algún día fuera yo a Cerdeña imagino que contaría otras cosas diferentes y tal vez serían más aburridas y peor escritas que las de Lawrence pero serían las mías. Ay, Dios, qué ganas de ir a algún lado. Odio el coronavirus.
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