sábado, abril 28, 2018

Décimo cuarto libro: "Yo veo en la oscuridad", de Karin Fossum.

Es un relato cuanto menos inquietante. Asistimos a los acontecimientos desde la cabeza del protagonista, Riktor, un empleado de una residencia de cuidados paliativos que se considera a sí mismo como un individuo podrido y que sabe que puede llegar a ser atroz. Y realmente se conoce a sí mismo.
Riktor es un ser solitario que fuera de su trabajo como asistente no tiene amigos ni siquiera conocidos y su único divertimento es contemplar la vida del parque del Mester de una forma que cada vez que mira a alguien nos parece que aunque ni lo piense va a hacer algo malo. Es un tipo que da miedo.
En la residencia desahoga su frustración con los internos que no pueden reaccionar: les pellizca, les pincha, les cambia la medicación o simplemente la tira por la taza del vater. Por la noche en su casa no puede dormir porque aparte de ver en la oscuridad (de ahí el título), tiene alucinaciones sonoras y olfativas ya que escucha el motor de un camión e incluso huele el combustible.
Al principio del libro y una vez que el propio protagonista ya ha comenzado en ponernos en antecedentes sobre lo perturbador de su personalidad, Riktor es testigo de cómo un esquiador sufre un accidente cayendo a las heladas aguas del lago al romperse el hielo sin mover un músculo, no ya para ayudarle, o ni siquiera para pedir socorro, sino que, lejos de actuar como cualquier ciudadano responsable haría en una situación parecida, se guarda el secreto para sí con lo que el cadáver del esquiador permanece en el fondo del lago durante meses ocasionando la angustia de sus familiares, entre los que se encuentra una de las enfermeras de la residencia por la que Riktor se siente atraído.
En el parque no suele hablar con nadie pero con las pocas personas que se le acercan nos parece que en un momento dado les va a hacer algo malo. Y de hecho, intentando hacer un amigo elige a un alcohólico al que lleva a su casa y acaba matando enterrando su cadáver en la parte de atrás de la casa plantando encima un rododendro que con el alimento del cadáver se va poniendo hermosísimo.
Y cuando pensamos y piensa que vienen a detenerlo por el crimen del borrachín, lo detienen por otro que no ha cometido: el de una residente a la que han asfixiado. Los compañeros de trabajo de Riktor, incluso su querida enfermera, han estado vigilándole y tienen serias sospechas sobre su culpabilidad en la muerte de la residente. Y ni siquiera quienes seguimos su peripecia mental acabamos de creer en su inocencia.
Asistimos a la prisión preventiva de Riktor, que le sirve para iniciar un proceso de cambio de actitud hacia la normalidad pero que no acaba de convencernos, incluso aunque oigamos sus pensamientos.
Vivimos el juicio y el acercamiento amistoso de Riktor a uno de los guardias y afectivo a la cocinera de la prisión, su iniciación en la pintura y sus proyectos de futuro. Pero la inquietud y el recelo frente al protagonista no nos deja en ningún momento, siendo inevitable someterle a un juicio paralelo ajeno a la legalidad porque sabemos que no ha sido él pero como tenemos en mente que ha cometido otro asesinato por el que no está siendo investigado, tenemos tendencia a una especie de compensación que sabemos injusta y nos deja un regusto amargo.
Y no puedo contar mucho más sin cargarme toda la trama pero el libro da para mucho desde el punto de vista jurídico, moral y psicológico porque tendemos a buscar una responsabilidad penal en unos hechos en atención no a los mismos sino a la perturbadora personalidad del investigado que parece escaparse de las consecuencias del delito de omisión del deber de socorro al esquiador y del homicidio que realmente comete. La autora consigue que lleguemos a pensar que si le condenan por el delito que no ha cometido alguna justicia poética tendrá la cosa, lo cual, en el fondo, hace que nos sintamos mal. 
Paralelamente, cuando comenzamos a creernos la transformación de Riktor, volvemos a cambiar de pensamiento y miramos de reojo al puñetero rododendro no sea que deje salir el pasado cuando el protagonista parece mejor persona, tendiendo a obviar que cometió un crimen por el que no ha pagado, lo que me llevó a pensar en las distintas funciones del Derecho Penal y de la pena, bien como castigo del delito, bien como prevención de infracciones futuras por quien ha cometido el delito o como prevención general a modo de aviso a navegantes para quienes se les puedan pasar por la cabeza similares ideas.
También da para meditar, ahora que está tan al cabo de la calle, hasta dónde nos creemos el principio constitucional de que las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad están orientadas a la reeducación y a la reinserción social y no son una simple venganza del sistema contra quien no respeta las normas mínimas de convivencia en sociedad. Riktor cumple pena y su estancia en prisión le hace prepararse para llevar una vida más normalizada alejada del delito, lo que podría llevarnos a la conclusión de que ya puede reinsertarse en la sociedad. ¿Debería entonces volver a prisión por otro delito anterior? La lógica nos dice que sí pero entonces hacia qué se orientará su nueva estancia en prisión. 
Y otra cosa, ¿es que sólo cometen delitos personas que no están insertadas socialmente? Porque muchos que hoy ven pasar el tiempo en Soto tenían una fabulosa adaptación a la vida social. ¿No tendríamos que olvidar cierta hipocresía y reconocer que las consecuencias penales de una acción típica son un castigo, una consecuencia legítima de haber cometido un delito y que deben cumplirse sí o sí, con independencia del grado de inserción social del individuo que en su día delinquió? ¿Como compaginar los conceptos. Hace falta mucha reflexión.
Buen libro, angustioso a veces, temible el cerebro del prota, muchos temas interesantes a los que me ha hecho dar vueltas.

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