domingo, abril 22, 2018

Duodécimo libro 2018: "El buen hijo", de Ángeles González-Sinde.

Reconozco que comencé el libro con algún prejuicio que otro por aquello de que la autora fue ministra y por aquello de que el Planeta según qué años no me acaba de cuadrar, pero es que tras un ejercicio de desprejuiciamiento por el que me obligué a leerlo, que a caballo regalado tampoco era cuestión de prepararle dentista, lo único que logré fue una sensación de pérdida de tiempo. Y es que, vamos a ver, mal escrito no está. Los sujetos están en su sitio, los verbos están bien conjugados y es de lectura fácil hasta por el buen tamaño de la letra, pero sustancia, lo que se dice sustancia, como que no tiene. Lees esperando que pase algo y llegas al insulso final esperando que el pánfilo del protagonista evolucione y se comporte como adulto y se acaba el libro sin pasar nada y con el protagonista tan sinso como al principio.
Vicente lleva una vida de la que no le gusta ni el nombre que le pusieron. Tras la muerte de su padre cuando estaba en el instituto vive con su madre con la que también trabaja en la papelería de la familia. Al comenzar la lectura su madre acaba de caerse y la lesión de su progenitora le obliga a asumir algunas responsabilidades que hasta entonces no había tenido. El buen hijo del título se agobia a la primera de cambio y piensa en que debe cambiar de vida. La última pareja que tuvo, a la que todavía llama cuando tiene la más mínima duda (cada dos por tres), lo dejó hace tiempo y su mejor amigo que vive en el mismo edificio que él tiene más vida social pese a moverse en silla de ruedas. 
Con la excusa de que su madre esté mejor atendida Vicente contrata a Corina, una mujer extranjera que se anuncia por el barrio, y a la primera de cambio su madre se la reenvía a la librería porque conoce a su hijo y sabe que no será capaz de mantenerla medio presentable. El roce parece hacer el cariño y Vicente no se entera tampoco de nada de la que Corina le lía.
La única hermana de Vicente tiene tres críos de diferentes padres y recaba temporalmente en la casa familiar por haber roto con su última relación y entre col y col se les pierde el perro de la portada, un bóxer con nombre de pluma estilográfica.
Y la vida de este grupo compone un cuadro en el que no suceden grandes cosas y a veces tampoco pequeñas lo que me llevó a aburrirme bastante.
Nota: por cierto que este libro no hacía el número doce de los leídos, que creo que lo leí mientras me ocupaba del octavo o el noveno, pero que como me hizo tan poca raya lo había olvidado.

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