Un relato corto de mi amado Camilleri que con ironía, humor y espíritu crítico pone de manifiesto en pocas páginas la estulticia del seguidismo ciego de una ideología, del fanatismo político, en este caso el fascismo, pero que podría aplicarse sin problemas a cualquier -ismo que se os ocurra; las mentiras cotidianas públicas y privadas que generan imágenes de las personas, las instituciones y las ideas que nada tienen que ver con la verdad y a veces ni con la realidad.
Al día siguiente de la entrada de Italia en la segunda guerra mundial, en pleno dominio del Duce y con el país eufórico "como si la guerra fuera un billete de lotería premiado", la geopolítica deja paso a la pequeña política en Vigàta cuando Micheli Ragusano regresa a la localidad tras su confinamiento de cinco años en la isla de Lipari condenado por "difamación sistemática del glorioso régimen fascista, de modo que no era prudente mostrarse cordial con él". Nadie le saluda y cuando entra en el Círculo Fascismo y Familia, una especie de casino, quieren echarle haciendo efectivo un antiguo acuerdo de expulsión que se tomó a raíz de su condena.
El interfecto acepta la situación como ineludible, pese a que su esposa ha venido pagando religiosamente las cuotas del Círculo en ausencia de su marido, pero cuando se levanta para marcharse le sale un inesperado pseudodefensor de su derecho a ser reintegrado en las cuotas satisfechas desde la expulsión: Manueli Persico, un anciano de 97 años, héroe de las brigadas fascistas, que había desfilado con Mussolini, improvisa una colecta entre los miembros del casino para devolver las cuotas a Ragusano.
El interfecto acepta la situación como ineludible, pese a que su esposa ha venido pagando religiosamente las cuotas del Círculo en ausencia de su marido, pero cuando se levanta para marcharse le sale un inesperado pseudodefensor de su derecho a ser reintegrado en las cuotas satisfechas desde la expulsión: Manueli Persico, un anciano de 97 años, héroe de las brigadas fascistas, que había desfilado con Mussolini, improvisa una colecta entre los miembros del casino para devolver las cuotas a Ragusano.
Cuando Cocò Giacalone, el espía del secretario general, va a entregarle con un insulto el dinero en un cenicero en el que ha escupido, Ragusano no lo acepta y le dice a Persico que le devuelve el favor callando lo que le contaron sobre en el confinamiento y al decirle que si el nombre de Antonio Cannizzaro le dice algo el anciano fallece de una apoplejía.
Ragusano es detenido y pretenden acusarle de asesinato mientras preparan los honores que consideran que merecía el difunto (de ahí el título) en un esperpéntico debate en el que elevando las propuestas para el homenaje acaban decidiendo dedicarle una calle y conseguirle a su jovencísima viuda una pensión, para lo que tienen que remover todos los hilos del poder.
La viuda, a quien le va la marcha, aprovechando las notificaciones de los honores a su marido y la idea de conseguirle una pensión así como el espíritu de consuelo que parecen tener todos los caballeros que la visitan, se deja consolar y reparte sus favores entre dos hombres, pero... no aprecia los acercamientos de un tercero que está prendado de ella en secreto desde hace años que la visitó por motivos profesionales ya que es médico.
El doctor Alletto planea su venganza y decide averiguar por qué la frase proferida por Ragusano provocó la repentina muerte de Manueli Persico y ahí comienza la mejor parte del relato que tiene párrafos verdaderamente hilarantes si no fuera por el trasfondo de tragedia que apreciamos; pero los juegos con el nombre de la calle, las investigaciones del historiador y los tejemanejes para intentar quedar bien ocultando la verdad y los secretos del supuesto camarada son, como decía al principio, geniales.
El libro se lee rápido y es muy, muy entretenido, pero da que pensar también mucho porque la clave jocosa del relato no sirve sino para destacar lo que ello ocasionó en la realidad histórica y meditar y pensar en la colaboración de la ciudadanía anónima en el desarrollo de los acontecimientos. Esas reuniones del círculo tan parecidas a algunas tertulias de casino en las que se decidían la vida o la muerte de las personas, como sin dar importancia y en aras de un supuesto ideal o dogma político que no permite disidencias, hacen que el relato con el que nos hemos reído nos deje un regusto amargo cuando nos paramos a analizar lo que hay debajo.
El libro lo publicó Salamandra y os lo recomiendo.
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