No me puedo resistir cuando Donna Leon publica un nuevo Brunetti pero la verdad es que el comisario me resulta ya bastante descafeinado y sus andanzas me llevan casi al aburrimiento. Ni siquiera consigue que me retrotraiga a los días que pasé en Venecia. No se si el personaje está agotado o es que la autora ya se repite.
En este "Con el agua al cuello", Donna vuelve a tocar el tema de la contaminación y la corrupción que conlleva todo lo relacionado con ello, a la vez que sigue criticando la carga turística de la ciudad de los canales. Que casi le soluciona el problema el coronavirus e igual tenía que escribir otra novela con Guido en la pandemia contento de no ver turistas atestar las calles y canales de Venecia, lo que dicho de paso ha debido ser alucinante, si no fuera por lo que ha sido.
El comisario protagonista de la saga recibe una llamada para acudir a entrevistarse con Benedetta Toso, paciente de una clínica que sólo atiende enfermos terminales que no pueden pagar una atención privada en sus últimos días de vida. Ello significa, pues, que a la joven le queda poco tiempo.
Benedetta padece un cáncer muy avanzado que la tiene postrada en cama y cuando Brunetti y la comisario Griffoni acuden al hospital apenas puede hablar, si bien entre las palabras que pronuncia parece poner en duda que su marido muriera debido al accidente de tráfico que le sacó de la carretera. El "ellos lo mataron" y la mención a un supuesto dinero sucio intriga a los comisarios, pero cuando tras una somera consulta sobre el accidente Guido y Claudia vuelven al hospital, Benedetta fallece delante de ellos tras mencionar a sus hijas, lo que les genera una especie de obligación moral de averiguar si hay algo de cierto en las sospechas de la moribunda.
Paralelamente, la comisaría de Brunetti no parece tener otra preocupación más importante que conseguir que dos mujeres romaníes, que se dedican a robar carteras en la ciudad, desaparezcan de la misma durante el tiempo en que la ciudadanía y las empresas turísticas olvidan un artículo que elogia la seguridad de las calles de Venecia. Vamos que a quien preocupa es al jefe de Guido, el vicequestore Patta, siempre interesado en su imagen pública, y quien está empeñado en endosar el problema a la cercana localidad de Treviso mediante el subterfugio de mantener que el primero de los múltiples delitos que cometieron lo fue en esa ciudad para lograr que la competencia en el asunto salga de Venecia, por lo menos unos días.
Una vez encarrilado el asunto de las romaníes, Brunetti y Griffoni, con la impagable colaboración de la signorina Elettra, intentan averiguar qué paso al marido de Benedetta, Vittorio Fadalto, comenzando por el accidente de moto y centrando luego la investigación en Spattuto Acqua, la empresa privada encargada del control de la potabilidad del agua para la que trabajaba Vittorio y, sobre todo, en el laboratorio que procesa las muestras de agua recogidas en los diferentes controles de la canalización de las aguas.
La investigación no es una cosa del otro mundo pero van atando cabos y confirmando sospechas hasta dar con la corruptela que intentó encubrir el falso accidente de moto del empleado de aguas y descubrir al culpable. Nada nuevo y vuelta de tuerca a lo de siempre. Corrupción, sobornos, juego sucio y dinero más sucio aún para callar bocas y ganar voluntades. Y, en medio, un hombre con necesidades económicas por la enfermedad de su mujer. Una pena.
No es de los libros más entretenidos de Donna Leon y me sigue fastidiando el poco protagonismo que tiene ya la mujer de Brunetti, que es el personaje que siempre me había resultado más atractivo. Junto a la ciudad de Venecia, claro.