Tanta tecnología punta es lo que tiene, que sopla un poco el aire y te quedas sin teléfono, sin ADSL, sin luz y como sin agua ya estábamos, esta mañana daban ganas de emigrar a un país realmente civilizado.
Ayer, como me imagino que no hace falta que os relate, el viento se pasó siete pueblos (bueno, casi todos los de mi zona por lo menos) soplando con todas las ganas del mundo con lo que tiró al suelo gran cantidad de elementos poco fijados, algunos otros que presumían de estarlo con seguridad absoluta e incluso bienes raices.
En mi casa, el yerno de mi vecina Consuelo tuvo a bien ponerse a podar (no había otro día ni otra época) el manzano que tienen en el corral colindante con el nuestro con pared medianera hasta la altura común y con experimento arquitectónico de albañil local en la restante altura correspondiente al diseño sui generis realizado en su día por el mismo con cinco filas de rasillas, algunas de las cuales ya descansan en paz. Pues eso, que paséme media tarde recogiendo manzanas agusanadas de mi corral (que tuve que meterme en la ducha porque acabé con tierra hasta en salva sea la parte) y el resto barriendo las hojas de los árboles de la calle Los Carros que tienen cierta tendencia a acabar en la puerta de mi casa pese a que el árbol más cercano está a varios metros.
Pensé que si las persianas de mi piso, bastante proclives ya de natural a acabar en el suelo, se me habían caído con mínima brisa en anteriores ocasiones, ayer, con más razón posiblemente, podría encontrármelas en el toldo del bodegón como ubicación más próxima a mi terraza y, en el peor de los casos, debería proceder a su localización en el Malecón, así que me acerqué a Villafranca, con gran riesgo de la integridad automovilística de mi Hyundai, para comprobar que mis persianas aguantaban estoicamente el tipo sin descolgarse de sus correspondientes sujeciones.
Y, mira por dónde, que llego esta mañana al Centro de la Mujer y la persiana que había besado las baldosas había sido la de mi terraza de allí. He procedido a la evaluación de daños y como no era posible volver a colocar los cáncamos en su sitio porque en el agujero de cada uno caben por lo menos dos y no podía repararlos como lo hago habitualmente (liándoles un trozo del bolsa de plástico y volviéndolos a colocar, como me enseñó Víctor) pues he dado parte de guerra junto con la caída de la barreta de una de las cortinas y me he incorporado al servicio efectivo en mi área de trabajo para comprobar que no me era posible ni conectarme a Internet ni hablar por teléfono así como que para comunicarnos entre nosotras debíamos volver a utilizar el antiguo y eficaz método del grito.
Y hablando de grito, los que ha comenzado a dar la Trabajadora Social cuando ha sido consciente de que no tenía ningún elemento técnico para trabajar, así que tras poner el grito en el cielo se ha procedido según protocolo a llamar a Cantenec para que, según el que parece ser también su protocolo, escurrieran el bulto echándole la culpa a Teléfonica. Se ha llamado después a esta última para que nos prometiera mandar "a la de ya" un técnico pero, eso sí, dejando bien claro que la Compañía se encargaba de los problemas de la línea pero, como en las herencias de los pueblos "de tejas para afuera", que si era otra la causa debíamos proceder a rascarnos los bolsillos.
Como yo tenía bastante claro que una de las posibles causas de la avería podría ser el hecho cierto de que ninguno de los seis u ocho cables que tenían por función conectarse con el cajetín que hay en mi terraza lo estaba haciendo por haber sido arrancados por la persiana más cercana, tenía claro dónde estaba la cuestión, pero como, quien manda manda, se ha procedido a solicitar la correspondiente venia y una vez comprobada la positiva voluntad de pago por parte de la autoridad competente se ha requerido nuevamente a telefónica para que el prometido técnico viniera efectivamente "ya mismo".
¿Puntualidad? ¿qué es eso? El esperado técnico se ha personado en las instalaciones del Centro casi a las tres. Menos mal que el muchacho parecía entender del tema. Si llega a aparecer con un portátil en la mano (como el de Cantenec del otro día) lo tiro directamente por el balcón. Ha conectado todos los cables y como se había dejado dos desconectados seguíamos sin teléfono con lo que ha aventurado la posibilidad de que se tratara de la centralita (esa caja negra que es culpable de la mayoría de nuestros males en materia de comunicaciones pese a que fue reparada la semana pasada). Tras rezar a San Antonio Abad y pedirle al técnico que repasara nuevamente los cables, en un momento determinado, no se si por la especial devoción de El Toboso por el santo en cuestión o por una casual casualidad, hemos recuperado la comunicación con el mundo. Total, que al final he salido del Centro a las cuatro menos cuarto, lo que me ha provocado la correspondiente bronca materna al llegar porque no había llamado (¡¡¡¿¿cómo??!!!) para avisar. Es que, además, me había dejado esta mañana el móvil en casa. Pues eso, que a veces se agradecería la comunicación por tan-tan o el conocido recurso del yogourt con un alambre.
